El odio que no cesa

¿Para cuándo una teoría nacida del nacionalismo que no tenga el odio como motor?

Días antes del reciente encuentro en Barcelona entre el presidente de la República francesa, Emmanuel Macron, y el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, -con asistencia momentánea del presidente del gobierno catalán, Pere Aragonès- el escritor Javier Cercas entrevistó al primero, para el periódico El País. En un momento de dicha entrevista, Macron declaró de forma cartesiana y sucinta: el nacionalismo es el odio al otro. Lo expuso con rapidez cortante, como una convicción bien pensada. Pero lo más sorprendente es que no hubo que esperar mucho para que su sentencia obtuviera una confirmación ilustrativa. Tan pronto apareció el presidente catalán, ese odio lo escenificó con la contundencia que la prensa ha detallado. Fue un claro ejemplo de la incapacidad del nacionalismo para renovarse y ofrecer otra táctica. Alimentado su caudal pedagógico y propagandístico exclusivamente de odio, ese encuentro era un momento oportuno para que un representante institucional de la Cataluña separatista, -dado el europeísmo que predican- expusiera, en un primer plano público, el grado de hospitalidad que le exigía la presencia del más alto representante de Francia, otro significativo país de la Unión. Mostrar adecuación y complicidad en ese instante era necesario, ya que la Unión Europea nació precisamente para desterrar el odio interno entre sus miembros. Sin embargo, Pere Aragonès ni supo ni quiso desplazar el odio a España del primer plano simbólico del acto. Quizás esta actitud respondió a una pataleta de quien carece de recursos intelectuales y culturales para enfrentarse a situaciones complicadas. Pero da ocasión para meditar de nuevo sobre la impotencia de los nacionalismos vascos y catalán para abandonar la táctica del odio como único medio para encauzar sus desiderátums independentistas. Convertir a una supuesta España en causa absoluta de sus carencias, les ha dado muchos réditos y logros políticos y económicos entre su clerigalla, pero víctimas de tanta insistencia obsesiva en su propia trampa, la movilización sentimental que produce el odio, con el tiempo se ha transformado en un fantasma que solo sirve para alentar a los convencidos y encubrir el recuerdo de vergonzantes tropelías de los Pujol y compañeros de viaje. Y en resto de país, provoca cansancio, cada vez más cansancio, oír y ver las mismas y anquilosadas tácticas. ¿Para cuándo una teoría, una propuesta que, aunque nacida desde dentro del nacionalismo, no tenga el odio como motor? Aunque sólo sea para contradecir la sentencia de Macron.

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