Decía un viejo amigo, a más señas entrenador de fútbol con un par de cientos de partidos en la máxima categoría, que la estadística es el arte de mentir con precisión. Era una coletilla habitual que nos soltaba a quienes cubríamos sus ruedas de prensa cada vez que en nuestros sesudos análisis periodísticos acudíamos a los números para justificar tal o cual situación sobrevenida en el césped. Con su sorna habitual daba un capotazo para concluir que el papel lo soporta todo.

La pandemia que nos ahoga ha ido perdiendo entidad a nivel político como tragedia pública para convertirse en una sucesión de datos, números y estadísticas, y por supuesto en una causa de lucha partidista. La campaña de Madrid es un claro ejemplo. Tiene tanto de aquellos análisis con los que cifras irrefutables en mano somos capaces de argumentar casi de todo que da pavor.

Sobre los mismos informes nos llenan la cabeza de lecturas opuestas, razonamientos para restringir o abrir nuestra actividad social, legislar en un sentido u otro. Al final vamos a concluir que la pandemia incluso tiene ideología porque si hay que hablar de números y Covid-19, no estaría de más reflexionar sobre el numerito una parte importante de la clase dirigente de este país. Peleados por los datos, arrojándose de una administración a otra porcentajes y obviando con demasiada frecuencia que detrás de cada cifra hay una historia personal, nos inundan de mensajes.

Mientras las autoridades han decidido eliminar el conteo de positivos o actualizaciones no solo los festivos sino también los domingos porque el virus debe ser que descansa, la nueva guerra se ha desatado alrededor de las vacunas. No puede sorprender la oscilación sobre la confianza entre la población. Todos sabemos que no hay otro camino ni solución que vacunarnos, pero creer en quienes coordinan todo a veces supone un esfuerzo. Quienes deben fomentarlo son los que menos ayudan. Los trombos en un porcentaje residual en comparación con otros tratamientos, los márgenes de edad o la conveniencia de poner una, dos o ampliar los plazos para alcanzar un determinando alcance de grupo. No ayuda. Y para colmo el numerito que tiene montada la Unión Europea con el guirigay con las farmacéuticas demuestra su verdadero peso.

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