Vaya por delante la anécdota: el rector de la universidad pública Rey Juan Carlos (URJC), el catedrático Fernando Suárez Bilbao, ha sido acusado de plagio. Al parecer, varios profesores y doctorandos han visto literalmente reproducidos sus trabajos en obras firmadas por tan eximia autoridad. Les ahorro, por peregrinas, las explicaciones del presunto amanuense.

Más allá del escándalo, de consecuencias todavía por determinar, el hecho revela males presentes y graves de la universidad española. No es el menor esa concepción en virtud de la cual el combustible básico para avanzar en la carrera académica es publicar, rellenar páginas y páginas que, con frecuencia, no interesan ni a sus propios redactores. Esta es la línea en la que ahondan los nuevos criterios de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (Aneca), filtro máximo que da y quita salvoconductos para salir de la indigencia profesoral. Despreciando, aún más, el valor de las habilidades docentes (esto es, del núcleo de la función social que la universidad asume), la llave de la estabilidad y del ascenso se entrega a la diarrea escribidora.

El modelo, equivocado, sería hasta discutible si no hubiese truco: sólo se valoran aquellos papers que aparecen en determinadas editoriales o revistas; a ellas, a su vez, sólo se accede previa medición realizada por garantes de las redes de poder dominantes. Dicho de otro modo: o tragas y escribes lo que les gusta y donde les gusta o, aunque tu labor sea excepcional, estarás condenado a una vida mísera. Lo destacaba no hace mucho el ex profesor Andrés Villena: esas revistas, que son las casi exclusivamente valoradas en las evaluaciones, "están controladas por los mismos modelos teóricos, de manera que producir algo diferente y que sea publicado se convierte en tarea improbable". De ahí al monopolio ideológico, para desgracia de la verdadera ciencia, hay un pequeñísimo paso.

En tales condiciones, ser profesor universitario hoy -lo afirma el periodista especializado Esteban Hernández- supone aceptar principios tradicionales de la bohemia artística: hay que canjear, incluso a costa de tus propias ideas, ritmos y hambres, años de inestabilidad financiera y personal por un hipotético éxito, nacido más de la docilidad y del sometimiento que del auténtico talento.

Que con su pan se la coman: esta universidad mendicante, burocrática e hipercontrolada ya no es la mía. Suerte que uno tiene.

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