Una nueva ilustración radical

A nivel global estamos en crisis, no sólo económica, sino de credulidad y acriticismo

Cuando sucedieron los atentados del 11-S se tomó conciencia de que tal acontecimiento marcaba un antes y un después en muchos ámbitos. Realmente ha sido así. Muchas cosas han cambiado, unas que afectan a la libertad individual, con toda clase de vigilancias y controles, y otras, más generales, a lo político y social, como son las relaciones internacionales y los brotes significativos de racismo y xenofobia. Siendo cierta esa delimitación temporal, no cabe duda de que hay otro hecho a tener en cuenta en los antes y después, que se introdujo quizás de manera insidiosa y que se ha instalado en la cotidianidad, como algo natural -aunque propiamente sea artificial-. Por supuesto que me refiero a internet y, con ello, a todo lo que se deriva del mismo. Son evidentes sus más que notables ventajas en cuanto a información y comunicación. Sin embargo, su importancia va más allá, pues es de destacar su enorme influencia en cuestiones más cualitativas, como son las creencias personales de todo tipo, las cuales terminan por repercutir en estilos de vida y en toda la gama de decisiones posibles a adoptar; precisamente, ahí reside su capacidad de poder, pues le confiere alternativas de bondad o maldad, incluyendo dentro de la última su uso para conseguir objetivos de forma fraudulenta. Esas tecnologías vinieron en un momento cumbre del capitalismo, con expansiones de grandes compañías y negocios a escala mundial, conjuntamente con un progreso ilimitado, y no se pensó en su opción negativa. Pero la inocencia se perdió pronto y de un empleo adecuado se pasó a todo lo contrario; primero a través de los correos electrónicos, difundiéndose presentaciones o textos falsos con los más variados temas -sobre todo de salud y políticos-. Más tarde vinieron las redes sociales que facilitaban con más eficacia la propagación de bulos, insultos y todo un rosario de invenciones. Gracias a las mismas han crecido los populismos, alcanzando representación institucional. Donald Trump o Pablo Iglesias son productos virtuales que lanzan sus bocados al mundo real. Pero no son sólo personajes, también lo son las ideas falsas que se transfiguran en verdaderas gracias a esas redes, como la de España nos roba, de los independentistas catalanes. Todo indica que a nivel global estamos en crisis, no únicamente económica, sino de credulidad y acriticismo, y no es fácil superarla. Tal vez hará falta, como afirma la filósofa Mónica Garcés, una nueva ilustración radical. Ojalá fuera la solución.

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