El nombre de la madre en vano

No me alineo con esa pretendida corrección política que duplica sustantivos y adjetivos innecesariamente

Los niños se encontraban en esa edad a caballo entre la infancia y la adolescencia, cuando mi padre vino a pasar una temporada con nosotros. El primer día, al llegar del colegio, se ocuparon de las tareas que constituían la rutina de cada día: al niño, único varón y ojito derecho de su abuelo, le tocaba poner la mesa para el almuerzo. Este hecho, habitual en la familia, provocó la indignación de mi padre: "No es de recibo que, habiendo tres niñas en la casa, tenga que poner la mesa el chico". La reacción, propia de la época, estaría hoy absolutamente fuera de lugar, dados los avances logrados en la equiparación de derechos entre mujeres y hombres, cuando la igualdad plena ya no parece una utopía inalcanzable.

Tengo algunas amigas con las que discuto a veces sobre el lenguaje de género. Alguna quizá me reprochará que no haya empezado este escrito diciendo "Los niños y las niñas". Ciertamente no me alineo con esa pretendida corrección política que duplica sustantivos y adjetivos, innecesariamente en mi opinión y, lo que es más importante, en la de la Academia de la Lengua Española, que se supone entiende del asunto y marca las normas del buen hablar. Estoy convencido de que el acento hay que ponerlo en otros lugares. Sin salir del ámbito del lenguaje, quiero detenerme en unas expresiones coloquiales, que tienen que ver con el género y que merecen una reflexión.

La primera llega de México: "Estar padre", "muy padre" o "padrísimo" significa allí estar bien o muy bien. El nombre del padre se asocia a una percepción positiva, aunque trasluzca una dosis de machismo residual. El uso de la palabra madre es, sin embargo, ambivalente: también en el habla mexicana, "a toda madre" es algo estupendo, pero "estar hasta la madre" quiere decir estar harto. En Cuba se quedan con la parte negativa: "de madre" significa algo inaguantable. En nuestro país, con el significado de algo estupendo, se ha afianzado una expresión chocante, que liga a la madre con un vocablo vulgar y denigrante; me refiero a la omnipresente "de puta madre". Sorprendentemente nadie parece poner objeciones al triunfo del mal gusto que supone maridar ambos conceptos. A mí me recuerda, por contraste, aquel mandamiento de "No tomarás el nombre de Dios en vano". Tampoco un nombre como el de madre, sagrado para la gran mayoría, debe ser usado con lo que, como mínimo, es una flagrante falta de respeto.

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