Con el ruido de fondo del caos en los aeropuertos brota inevitablemente la empatía con esos viajeros que han sufrido, o están sufriendo, cancelaciones, retrasos y pérdida de maletas. Hay algo de compasión preventiva en este sentimiento: no me resulta difícil ponerme en los zapatos de los afectados porque a mí tampoco me gustaría quedarme sin vacaciones ni malgastarlas en una tensa espera. Pero, puestos a empatizar, quiero acordarme también de los que nunca atravesarán esa pesadilla, ni se verán en esta situación porque, sencillamente, no tienen vacaciones.

Pienso en jóvenes de mi barrio, amigos de mis hijos cuyas vacaciones caben en varias tardes de playa y unos cuantos helados de supermercado. Pienso en muchos de sus padres, a quienes la inflación desbocada ha vuelto a maniatar casi sin haberse repuesto de la dureza de la pandemia, y que más que descanso lo que buscan es poder cansarse en algún trabajo con el que llegar a fin de mes. Me acuerdo de algunos de mis alumnos, que recién terminado el curso se han puesto a trabajar en la hostelería con la mitad del salario en negro. O en las camareras de piso, las kellys, que cobran por habitación limpia. O en el señor que acaba de abrir un pequeño desavío dos calles más abajo cubriendo, él solo, el mismo horario que los centros comerciales, y por supuesto no puede cerrar ni un día.

Además de a quienes contribuyen a los números del PIB tengo presentes a quienes no producen capital pero cuidan y reproducen la vida. Repaso la inmensa lista de quehaceres a los que el amor conduce y que recaen fundamentalmente en las mujeres, en una medida inversamente proporcional al poder adquisitivo que estas tengan. Hay una extensa capa de cuidados gratuitos, sin normativa laboral alguna, sin parones veraniegos, vinculados a la abnegación y a los modelos culturales del patriarcado. El neoliberalismo, con su suficiencia emprendedora, necesita de no-vacaciones para seguir funcionando sin parar.

Igual que me inquieta, nos inquieta, la deriva de la huelga de las compañías aéreas, pues mañana podríamos ser nosotros los afectados, también conviene ser conscientes de las desigualdades en esto del descanso. Si todos necesitamos desconectar física y mentalmente, ¿por qué algunos, y sobre todo algunas, no pueden nunca? La alteridad forma parte de nuestra existencia, ensancha nuestro pequeño mundo. Para pensar colectivamente qué vida queremos hay que mirar más allá de los aeropuertos.

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