Vaya por delante que al primero que le gusta compartir fotos y buenos momentos es al que suscribe así que en este artículo habrá que asumir el mea culpa también. Nos encanta lucirnos. Solo así se entiende que en mitad de la mayor tormenta de invierno que se recuerda en este país (teniendo en cuenta que cada pico de calor o de frío adquiere su propia dimensión como el máximo de algo) nos hayamos dedicado a compartir como si nos fuera la vida en ello con una exposición en blanco y abrigo. Algo entrañable cuando se hace desde la intimidad de tu espacio doméstico, pero que se torna realmente preocupante cuando nos sirve de excusa para saltarnos todos los protocolos como ha sucedido en algunos sitios. Porque ahí está la cuestión. Con dos olas a cuestas deberíamos saber ya que la mejor herramienta para combatir al dichoso bichito somos nosotros mismos. Cuanto más alta mantengamos la guardia, mayor dificultad entrará.

Si hace calor llenamos las redes de escenas de ventiladores, terrazas y bebidas fresquitas. Si como es el caso nos anuncian nieve pedimos prestados los chaquetones más lustrosos para poder presumir de pasar más frío que nadie. Somos así. Las estampas de Madrid cubierto por una capa de nieve como nadie recuerda las hemos tenido hasta en la sopa. Preciosas imágenes que formarán parte de la historia. Pero como al final somos esclavos de nuestra propia irresponsabilidad (algo que las redes exponen sin pedirlo pero a lo que no le prestamos más atención que la instantánea) la nevada nos ha devuelto a la realidad de ciertos sectores de la población que han aprendido poco. Si nos piden no salir, extremar las precauciones y evitar los desplazamientos se plantan cientos de personas a bailar en la Puerta del Sol será que o bien no nos enteramos o no nos queremos enterar. Suma a los riesgos del temporal la pandemia que nos abraza desde hace ya meses.

Un cóctel perfecto en el arranque de la tercera ola que contrasta con la estampa onubense. Aproveché como buen capitalino que se precie el domingo para ir a ver la nieve. Lo cierto es que cuando llegué a Aracena ya no quedaban más que algunos copos en los tejados. La pude ver por el camino entre Galaroza y Fuenteheridos. Una preciosidad. Una vez en la Sierra la satisfacción de ver como en líneas generales los onubenses respetamos las medidas fue reconfortante. Tanto en los espacios públicos como en los restaurantes el comportamiento general fue impecable. La única posibilidad que tenemos de mantener el actual status hasta que la vacuna acabe con las restricciones nos pertenece a nosotros. Si nos desmadramos, terminaremos encerrados. Una lástima que junto a tanto Madrid alocado a nadie se le ocurriera comparar con el paraíso nevado onubense.

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