Diez negritos

Se trata de anteponer su visión sectaria de una sociedad plegada a sus prejuicios y complejos

Aquel verano que fuimos a Italia leí Diez negritos, junto con Asesinato en el Orient Express posiblemente la novela más famosa de Agatha Christie, y que de alguna manera supuso el paso de una edad a otra, cuando dejábamos atrás las aventuras imposibles de Los Cinco para adentrarnos en los encantadores misterios de la llamada reina del crimen. Puede que ésta hubiera escrito obras mejores (El asesinato de Rogelio Ackroid, por ejemplo) e incluso haya autoras del género con más enjundia (parta mí, Dorothy Sayers siempre por delante) pero ninguna nos dejó aquel ambiente sórdido e irrespirable de la casa solitaria de la campiña inglesa cuando iban cayendo una tras otra las figuritas negras del salón a la vez que morían sucesivamente sus oscuros habitantes, incluido aquel que pensábamos era el asesino.

La semana pasada leímos por sorpresa la noticia de que la célebre obra iba a tener a partir de ahora otro título, cambiando el original por el más políticamente correcto de "Eran diez", revisando además las expresiones del texto que puedan contener expresiones racistas (sic). Así lo ha confirmado, al parecer, el bisnieto de la escritora, añadiendo que "a ella no le hubiera gustado la idea de que alguien fuera ofendido por sus expresiones". Ignoro que expresiones contiene la novela que puedan ofender a la comunidad (de raza) negra, o al menos yo, insensible de mí, nunca intuí señal alguna de intento de insulto o menosprecio. Por el contrario, de la traducción al español se entrevé casi lo opuesto, la invocación cariñosa invocando al diminutivo, como tantas veces en circunstancias similares.

En realidad, la medida en cuestión va en consonancia con la mentalidad posmoderna de estos tiempos, como un nuevo puritanismo de salón que pretende, contra toda lógica, revisar con la mentalidad de hoy textos escritos hace décadas y hasta siglos hasta lo absurdo, rebajando así al lector a una minoría de edad intelectual sin criterio. Y si ya hasta se ponen en cuestión obras inmortales de Shakespeare o Cervantes, pongamos por caso, tampoco vamos a extrañarnos que metan el lápiz a obras populares de los años treinta, que al fin y al cabo no dejan de ser una literatura menor. Porque, en el fondo, de lo que se trata no es tanto la defensa de los derechos de los más vulnerables, sino de anteponer su visión sectaria de una sociedad plegada a sus prejuicios y complejos.

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