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Sin libertad de expresión quedan en entredicho los valores democráticos y los de carácter ético

Existe la libertad de expresión? Formalmente, sí. Está recogida en el marco legal que disfrutamos; pero ¿puede afirmarse lo mismo a un nivel más concreto? Pues la respuesta es igualita a cuando se deshoja una margarita: sí, no, sí, no… Y el problema es que no solo es así en el ámbito político sino en muchos más, incluso en el científico, como ahora veremos. Los intereses, opiniones, filias y fobias suelen estar detrás de esos bloqueos que impiden su ejercicio y cuando esto sucede quedan en entredicho los supuestos valores democráticos de los que nos orgullecemos y, asimismo, quedan tocados los de carácter ético. El caso, como se apuntaba, es que esa represión de un derecho fundamental no ocurre únicamente contra líderes o partidos políticos. En el terreno académico y científico también -¡si yo contara!-. Lo que les voy a referir transciende la anécdota personal o corporativa, pues lo ocurrido es consecuencia del grado de patologización al que se quiere someter muchos comportamientos humanos, persiguiendo el objetivo de que a mayor número de etiquetas diagnósticas y a una menor exigencia para satisfacerlas, con más seguridad, habrá más negocio y más beneficios. Vayamos al grano: la Gerencia del Servicio Andaluz de Salud y el Ayuntamiento de Vélez Málaga han censurado la presencia del profesor Marino Pérez Álvarez. ¿Por qué? Pues porque viene estudiando y publicando acerca de la invención de los trastornos mentales desde hace algún tiempo. Les puedo asegurar que no es cualquierilla, sino alguien totalmente reconocido y de valía. Parece que no gusta que pueda señalar y argumentar sobre el sobrediagnóstico existente en hiperactividad y déficit de atención y han surgido presiones para evitar su presencia. Aparte de en psicología, en medicina ocurre lo mismo. Todo esto da lugar a tratamientos que no siempre son inocuos y, al margen de que esto supone enormes gastos y ganancias para unos pocos, también tiene su incidencia en otras facetas de la vida, pues convierte a las personas en dependientes de cuidados y de supervisión siendo, por tanto, más fácilmente controlables y, si me apuran, manipulables al creárseles conciencia de probables limitaciones y de vulnerabilidad, con lo que se reduce su autonomía y, en definitiva, su libertad. Por supuesto, nada de esto significa que no existan enfermedades o trastornos psicológicos y tengamos que acudir a los profesionales pertinentes; lo que significa es que hay que estar vigilante ante los que negocian con la salud.

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