Monticello

Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

La nación y el evangelismo

"Es una guerra santa", afirmaban muchos de los asaltantes al Congreso Federal de Brasil

En Argentina, Maradona era Dios. En Brasil, Pelé, era el Rey. El uso de estos epítetos no dice tanto sobre las cualidades de dichos futbolistas como de la idiosincrasia de sus naciones. El declive del catolicismo argentino no ha redundado en una nación sin fe, sino en un país popular y politeísta -de Evita a Diego- capaz aún de dar un Santo Padre a Roma. Pelé, sin embargo, tan sólo reina en una nación donde la pérdida de hegemonía del catolicismo no ha dado lugar a una sociedad poscristiana, sino al florecer fabuloso del evangelismo. Al igual que en otros países latinoamericanos, en Brasil, los problemas clásicos de la laicidad ya no se encuentran en el privilegio católico dentro del Estado, provienen de la pujanza del integrismo en la sociedad. Como reconoce el último Habermas, en un país laico las confesiones pueden contribuir desde su discurso al mejor entendimiento moral de ciertas discusiones políticas. Ahora bien, la democracia constitucional requiere un compromiso con la razón pública que padece cuando el integrismo religioso es norma política. Si en los debates parlamentarios los diputados acuden reiteradamente a los dogmas de fe de su confesión para argumentar, si los jueces eluden las obligaciones propias de la fundamentación jurídica para filtrar imperativos morales o si el infiel es enemigo político, la democracia, como sistema deliberativo, se desdibuja. No es casual así que, ante la pujanza de las bancadas evangélicas en América Latina, en muchos países se debata hoy, como en los Estados Unidos de los años sesenta, la necesidad de imponer el uso de argumentos seculares en los procesos legislativos, aunque esto no pondrá remedio a la tendencia, visible en México, en Nicaragua o recientemente en Perú, de cierto evangelismo a secundar movimientos autoritarios cuando a cambio se ofrece cobertura a su agenda moral. "Por Dios y por la familia, a favor de la destitución", rezaron los diputados evangélicos en el juicio político a Dilma Rousseff. "Es una guerra santa", gritaron, años después, muchos de los asaltantes al Congreso Federal de Brasil. Nunca se sabe cuándo se puede escribir la historia de una demencia colectiva. En todo caso, como colofón optimista, dejo aquí la reflexión de un colega brasileño, para quien, más allá de todo integrismo, Brasil posee una robusta constitución material pagana que no se basa en el lema Ordem e Progresso, sino en algo así insuperable como "Futebol, Samba e Fazer amor".

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