Hace unos días participábamos en la presentación del último libro de Alberto Casas, Los motes de Huelva (Editorial Niebla). Fue un auténtico placer porque sus publicaciones concitan la presencia de muy buenos y entrañables amigos que compartimos el aprecio y la admiración por sus publicaciones. Ésta es la sexta, desde la edición de El naufragio de la Nao Santa María: un fraude a la Historia a la que siguieron Miguel de Cervantes: La ciencia de los marineros y el arte de navegar (1990), que, además de mostrarnos sus habilidades como escritor y su dominio del lenguaje, revelaba su experiencia profesional del mundo marino y sus conocimientos en el ámbito apasionante de la navegación; Chronicas Mostycensis (2009) -un notable precedente del que hoy nos ocupa-, Don Quijote, parada y fonda,Don Quijote, el último Caballero Andante (2017), una más intensa dedicación al texto universal y a su autor de quien Alberto Casas es un buen conocedor.

Los motes de Huelva es, como escribo en el prólogo -pido excusas por citarme- un texto magníficamente compuesto en torno a la Historia y sus apodos más ilustres y legendarios, que van de lo personal a lo social, a lo cívico, a lo urbano -incluyendo las antiguas denominaciones de calles y plazas- y a esa facilidad, sobre todo para los andaluces de otorgar epítetos al más pintado desde la más noble cuna a la más ínfima condición humana. Compendian todo un tratado de exquisita semántica, etimológica y filológica en torno a la vieja costumbre de motejar. "Costumbre motejadora", dice el autor. Y no digamos en nuestro ámbito local, del que Alberto Casas asegura: "En Huelva, lo de forjar motes, casi siempre con cierto ingenio, tino y cazurrería, a veces francamente acertados, pero otras ni mijita de gracia y menos de chispa". Así podemos saber de motes para todos los gustos, muchos de los cuales nos resultarán, sobre todo para los más veteranos, extraordinariamente cercanos, notables y conocidos. Jocosamente divertidos en muchas ocasiones.

Agradecemos a Alberto Casas esta jubilosa crónica de virtudes privadas y vicios ocultos, de todo hay en tan apasionante publicación, que constituye una espléndida y colosal antología del mote que en lo que confiere a Huelva desborda por la inmensa referencia a personajes, lugares, sucesos, aconteceres, hitos y otros acontecimientos que recorren su historia y suponen un prodigioso ejercicio de investigación, una palpable demostración de sus experiencias personales, de su dilatada ilustración literaria, una manifestación admirable de erudición y sabiduría, de muy sensible conocimiento de las vivencias populares, del alma y esencia de esta tierra choquera, de sus más genuinos sentimientos, de su carácter más peculiar, de su más garbosa entraña. De una Huelva lejana en el tiempo pero cercana en el recuerdo y entrañable en la que algunos de sus protagonistas, a Dios gracias, felizmente aún podemos encontrar en sus calles.

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