O todos moros o todos judíos

La foto de Ivanka Trump en la fiesta de la embajada USA en Jerusalén, en simultáneo con la matanza en Gaza, es cruel

Una de las razones por las que el abuso de la fuerza en Oriente Medio se hace más odioso es la diferente vara de medir que los poderes internacionales tienen con el estado de Israel en comparación con los palestinos sin estado y los países árabes implicados. Esto es así desde mucho antes de la partición decidida en la ONU en noviembre de 1947, sin la aceptación de ninguna de las tres partes: británicos, sionistas y palestinos.

Esta semana se han cumplido siete décadas del inicio de la guerra que desde hace 70 años se libra en Palestina. La decisión de Trump de trasladar la embajada de Estados Unidos a Jerusalén y la sonrisa de satisfacción de su hija Ivanka en su inauguración contrastan con los 60 muertos y dos mil heridos causados por el ejército israelí en la frontera del gueto de Gaza. La foto de la fiesta y la matanza en simultáneo es cruel.

Cuando en el futuro se estudie la historia de los siglos XX y XXI, el holocausto judío y la tragedia palestina podrán ocupar el mismo capítulo. Cómo una sociedad civilizada como la alemana perpetró el asesinato de seis millones de judíos en los campos de exterminio. Y cómo las víctimas de esa atrocidad repitieron a su vez un abuso semejante con los palestinos en las décadas siguientes, con la complicidad de la comunidad internacional, avergonzada por el horror nazi.

El terrorismo en la zona no es privativo de los árabes. Ni reciente: desde los años 20 y 30 ha habido acciones criminales por ambas partes. No sólo Yasir Arafat fue un terrorista galardonado con el Nobel de la Paz. En julio de 1946 el atentado contra el Hotel Rey David, sede de la Comandancia del Mandato Británico en Palestina y Oficina de la ONU, a cargo del Irgún, estuvo dirigido por Menahem Begin, que años después sería primer ministro y también Nobel de la Paz.

Estados Unidos acaba de cancelar el acuerdo nuclear con Irán, ante el riesgo de que el régimen fundamentalista chiíta desarrolle la bomba atómica. Pero no discute que la tenga Israel desde los años 50. Aquí se podría parafrasear el viejo refrán castellano: o todos moros o todos judíos. Y en el otro lado también hay integrismo. El gobierno de Netanyahu, cuyo partido Likud es heredero del Irgún, tiene entre sus socios de gabinete a tres partidos ultraortodoxos.

Estados Unidos no se queda atrás. Su lema es "en Dios confiamos". Lo que recuerda aquella canción de Dylan: perdonamos a los alemanes, aunque asesinaran a seis millones friéndolos en sus hornos, porque ellos también tienen a Dios de su parte.

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