la opinión

Vicente / Quiroga /

A modo de balance

Sin saber cuál es el palmarés de esta 38 edición de Festival de Cine Iberoamericano de Huelva que ayer se clausuraba, suscribo como cada año a hacer esta personal valoración del certamen, que tanta incertidumbre como interés ha despertado. Precisamente por ese recelo, digámoslo así, sobre las posibilidades del evento dadas sus limitaciones en el presupuesto, derivadas de los recortes en los aportes administrativos y de los otros, la expectación ha sido mayor. Pero de este trance el Festival ha salido airoso, porque tiene unos valores esenciales que se imponen, como se impusieron siempre a lo largo de su historia: su capacidad de sobrevivir y el cine, es decir las películas, nunca faltarán en este encuentro internacional de la cinematografía iberoamericana.

El público, ese público al que le gusta el cine, todo tipo de cine, pero especialmente éste que tiene el sello inconfundible que le ha proporcionado Huelva en un encuentro singular, que no puede ver en las pantallas comerciales a lo largo del año, sigue respondiendo a la cita del Festival, con ese poder de convocatoria que siempre ha tenido este acontecimiento, toda una señal de identidad, en la vida cultural onubense, auténtico patrimonio de la ciudad con 38 años de vida, algo que pocas actividades pueden ostentar entre nosotros. A esta convocatoria fílmica secundada por un gran número de espectadores, acudieron también, como hace tantos años ya, los niños y los jóvenes estudiantes onubenses, que llenaron las salas con las proyecciones de las películas para ellos programadas. Éste también es un censo importante a la hora de constatar su notable asistencia.

Pero, como decíamos, el cine es la raíz y valor fundamental en las que se basa el Festival, es decir las películas, que son por encima de cualquier otro acontecimiento de los que se dota la celebración, el principal atractivo. Una vez más la valoración en este capítulo es positiva. Una muestra en general propicia para el más preciado cinéfilo que se sustancia muy específicamente en las películas de la Sección Oficial a concurso, lo cual merece la más acusada atención por parte del público en general y de los buenos degustadores del cine en particular y por supuesto con el objetivo inmediato de los diversos jurados que participan en el Certamen.

Este año, con dos películas menos de las que, tradicionalmente, acogía el Festival, el conjunto ofrece, sobre todo, una favorable perspectiva de nuevos directores por la abundancia de primeras películas u operas primas, como suele decirse en el argot cinematográfico. Ello da prueba no sólo de la creatividad de los nuevos realizadores o debutantes en el largometraje, sino del esfuerzo que en muchos casos se requiere para llevar adelante un proyecto, con las limitaciones que siempre surgen en la producción iberoamericana, salvo muy raras excepciones. Ese esfuerzo y en algún caso un buen ejercicio en el aventurado reto, merecen el respeto y la admiración del público de Huelva, que, por lo que respecta a su Festival, siempre ofreció a los nuevos realizadores la oportunidad de presentar sus primeras creaciones. Aquí se conocieron las primeras películas de directores que hoy gozan de un gran prestigio internacional.

En esta edición dos países han presentado tres películas, México y Argentina, lo que, en cierto modo, siguen confirmando la potencialidad en la industria cinematográfica de estas naciones destacadas en la producción cinematográfica en la historia del cine latinoamericano. México con dos de esos primeros trabajos iniciales presentó: Fecha de caducidad, de Kenya Márquez, un muy prometedor ejercicio cinematográfico, que, calificábamos en nuestra crítica de relato que tiene tanto de comedia negra como de thriller grotesco, un tanto almodovariano y hasta buñuelesco. Por su parte la película de Lucía Carreras, Nos vemos, papá, nos pareció algo más floja, imbuida siempre de una morbosa y patética intimidad, encerrada, demasiado claustrofóbica, en el drama psicológico que vive la protagonista. Lo cual se produce en una narrativa lenta, reiterativa a veces. Distinta es la segunda película del ya conocido y prestigiado en Huelva, Enrique Rivero, Mai morire. Historia difícil bien narrada en el mágico y misterioso encanto de unos parajes singulares, de leyendas y de misterios, supersticiones y rituales tradicionales, un ámbito rural, desarraigado y fatalista.

Argentina también presentó tres películas si bien una de ellas en coproducción con Brasil y España. Infancia clandestina, de Benjamín Ávila, nos muestra una perspectiva diferente a través de uno de los capítulos más dolorosos, la clandestinidad, durante la dictadura militar argentina de los años 70. De martes a martes, de Gustavo Fernández Triviño, sólido relato entre la intriga, la denuncia y le acoso laboral. Por su parte la comedia negra Ni un hombre más, de Martín Salas, divirtió mucho al público.

Títulos destacados fueron también la brasileña O Palhaço, de Selton Mello, una visión muy humana del mundo del circo; Estrella del Sur, del colombiano Gabriel Rodríguez, retrata con acierto la violencia juvenil existente en el país que afecta tanto a las aulas escolares como a la propia calle. Joven y alocada, la película chilena dirigida por Marialy Rivas, ha supuesto otra inflexión juvenil en las distintas temáticas tratadas: el despertar sexual y su influencia en las redes sociales. Finalmente la portuguesa Florbela, de Vicente Alves do Ó, la biografía de la poetisa Florbela Espanca a través de una estética muy atrayente.

Junto a esta decena de películas en la competición, es justo destacar la gran cantidad de proyecciones que el Festival ha ofrecido a través de sus diversas sesiones, obras de realizadores, en la mayoría de los casos sin apoyos económicos, cortometrajes, documentales… En suma valiosas experiencias de quienes tratan de abrirse paso en este difícil mundo del cine, con el que no puede ni podrá ninguna crisis económica.

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