Como todos los años, haré este mes limpieza en los armarios de mi casa para sacar el montón de ropa que ya no usamos, por diversos motivos, y dejar sitio a las próximas compras del cambio de estación. Pero confieso que esta operación de limpia, tan habitual en todos los hogares, cada vez me provoca más malestar. No por el gasto que supone, sino por todo lo contrario: a mi familia le sale relativamente barato renovar el armario, pero esta facilidad -quizás frivolidad- en el cambio de vestuario la pagan cara muchas personas. Y no puedo decir que yo no lo sabía.

Sé, por ejemplo, que hace pocos días las principales organizaciones sindicales y las grandes empresas de moda a nivel mundial han firmado un Acuerdo sobre salud y seguridad en Bangladesh: allí, a miles de kilómetros, se confeccionan la ropa y los zapatos cuyas marcas proliferan en mi armario. Camisetas y zapatillas fabricadas en régimen de semiesclavitud, con trabajadores, y sobre todo trabajadoras, que ganan 80 euros al mes, en fábricas insalubres y peligrosas. Fue el hundimiento en 2013 de una de estas maquilas de Bangladesh, con su estela de más de mil muertos y 2500 heridos, el que despertó a la opinión pública internacional, que desde entonces mira con ojos críticos las condiciones de producción de la ropa 'de marca'. Algunas de esas marcas son españolas y de todos conocidas. Desde entonces, lo sé también, el goteo de incendios, insalubridad o aplastamientos en fábricas de muchos países con mano de obra barata ha sido incesante.

Para lograr este y otros acuerdos, nacidos de las lágrimas del Rana Plaza, ha sido decisiva la presión ciudadana y las campañas de ONG, como la ejemplar 'Ropa limpia', que lleva denunciando condiciones de trabajo infames desde hace dos décadas. Y he sabido que los compromisos que han aceptado algunas industrias de la moda en Bangladesh se extenderán pronto a otros países, como Pakistán, Marruecos o Egipto, y se ampliará la lista de estas empresas textiles, porque los sindicatos y las redes solidarias no van a bajar la guardia. Es una victoria social importante en tiempos de globalización también sindical. Pero para ganar del todo la batalla, cada uno de nosotros y yo misma tenemos que tomar decisiones sobre las prendas que van a parar a nuestro armario, y no es fácil, también lo sé. De lo que estoy segura es de que ya no confundiré más el valor y el precio de la ropa. No quiero que la indecencia y la sangre sigan estando de moda.

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