Tenía un espejo en el pasillo, justo en la entrada de la casa, uno de esos espejos pequeños y barrocos que se ponían antes. Estuvo a punto de tirarlo unos años atrás, pero su hija le dijo que ya casi era vintage, así que ahí seguía, colgado y observando la vida de aquella casa, una casa que en los últimos años se había ido envenenando sin que ella, siempre tan despistada, se hubiera dado cuenta. Hasta que ya fue demasiado tarde.

Es verdad que al principio le llamaron la atención aquellos comentarios de su hijo, quizás un poco salidos de tono. Pero era su hijo. Sería una rabieta pasajera, alguna bronca en el trabajo. Quién sabe. Habían conseguido mantener la rutina de almorzar al menos un día a la semana juntos, los tres, desde que murió su marido casi no habían fallado a la cita. Pero ahora su hija se negaba a sentarse en la misma mesa con su hermano. "Eres un machista de libro, chaval". "Y tú una feminazi de esas". Y en medio ella, sin entender demasiado. Y aguantando el llanto hasta que se marchaban.

No podía entender por qué a su hijo le molestaba tanto todo aquello de la igualdad, de la libertad, de ganar lo mismo unas que otros, de poder criar a los hijos de forma compartida… Las mujeres de su generación no conocieron casi nada de eso, vivieron como les enseñaron, dóciles, metidas en casa, dejando que los hombres lo organizaran todo alrededor. Empezaron a respirar, es cierto, algunas libertades, poner una cartilla a su nombre, que los maridos echaran una mano en casa, vestir cada cual a su gusto, fumar en público… Y se alegró mucho, muchísimo, cuando su hija entró en la universidad, cuando la vio trabajando entre hombres sin un atisbo de inseguridad, independiente económicamente. Dio por buena toda una vida dedicada a ser la mujer que los hombres a su alrededor habían decidido: y eso que su padre fue un buen hombre, y su marido hizo grandes esfuerzos por dejar de ser el Hombre de la casa.

Y cuando todo eso parecía ser parte del pasado, su hijo salía con aquellas bobadas de la degradación moral, de la familia tradicional, de las denuncias falsas… ¿acaso le pareció falsa la muerte de su prima en manos de aquel bestia que tuvo por marido? Esas cosas eran las que enseñaban los libritos de la Sección Femenina, pero su hijo, que la había visto vivir esa vida de "mujer perfecta…" ¿cómo podía pensar así? Tampoco entendía muy bien algunas de las palabras que usaba su hija, como sororidad o empoderamiento. Pero... ¿igualdad? ¿Acaso se puede no entender una palabra tan bonita como esa? El espejo del pasillo le devolvía su rostro arrugado. Pero también el rostro de su hijo, que la besaba por detrás al despedirse. Y se le antojaba mucho más viejo que el suyo.

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