Un dato que sale del Mobile Congress de Barcelona es que en el mundo ya hay más de 5.000 millones de personas usando el móvil; un equivalente a casi el 100% de la población mundial de hace unos 30 años. Es increíble observar cómo este aparatejo ha cambiado nuestra manera de comunicarnos, y refleja claramente la era digital en la que estamos inmersos. Ni siquiera ya los que nacimos en la época del teléfono con cable podemos imaginarnos un mundo sin móviles, sin internet. A través de móvil compramos, nos relacionamos en grupo con decenas de personas, buscamos pareja, organizamos nuestra agenda… ¡casi todo puede ser digital! En breve hasta podremos votar con el móvil. Entonces, ¿por qué no hemos sido capaces de mejorar nuestro mundo al mismo ritmo? ¿Por qué vivimos una era de desigualdad sin precedentes?

Una de las respuestas que distingo es la de que acceder a la tecnología, poder tener millones de bytes de información, no es realmente un tesoro, el secreto es transformar esa información en riqueza y en poder; la tecnología no ha venido a hacernos más libres, sino el uso que hagamos de ella. Hemos ido adaptándonos a la fuerza y hemos adquirido competencias digitales, pero pocas han salido realmente de nuestras necesidades, más bien han sido impuestas por un sistema mercantil que ha diseñado canales por donde mover las ventas y las opiniones. Estamos en manos de intereses económicos repletos de analistas y publicistas, y son los que producen las claves de los asuntos públicos. Ese analfabetismo entendido como la falta de un lenguaje-pensamiento que nos ayude a comprender el mundo digital, debe ser abordado de manera urgente en un debate público de envergadura, que incluya ineludiblemente los sistemas públicos de educación.

Otra de las respuestas es la gran mentira económica en la que nos embarcaron: aquella verdad innegable de que la economía digital sería la gran solución del mundo. La globalización digitalizada ha frenado realidades de desarrollo y ha hecho que los efectos negativos de una gran crisis, como la de 2007, fuesen vertiginosos.

Ya el propio Banco Mundial ha dicho que la economía digital no reduce la pobreza, sino más bien al contrario. Es por lo tanto necesario cambiar los valores vinculados a la economía digital, tanto el de la inmediatez a la hora de conseguir productos, que genera efectos evidentes sobre el medio ambiente, como el de la debilidad de los Estados para tomar decisiones sobre sus economías, que los dejan son soberanía real.

5.000 millones. Mucho que pensar, poder y control.

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