Jose cumple diez años y la familia se reúne para celebrarlo con una merienda que terminará con la preceptiva tarta y el imprescindible apagado de velas. En un momento de la tarde soy invitado a participar en una partida de futbolín, en la que formo con Andrea -también diez años- el equipo con el que nos enfrentaremos a Jose y a su inseparable amigo Julio. La primera partida termina con un resultado inapelable: perdemos por 9 a 1. Tenemos que reaccionar y afrontamos el segundo round con afán de revancha: ganamos 9 a 3. El honor está a salvo y anuncio mi retirada, pero no me dejan y hay que jugar un desempate, que termina con un igualado 9 a 8 favorable a los chicos, pero que deja nuestro orgullo intacto.

Nos reincorporamos al grupo familiar, al que encontramos inmerso en un apasionante debate sobre la educación actual. En él se expresan dos tendencias, una más conservadora y otra más rupturista, que corresponden respectivamente a miembros de la segunda y la tercera generación de la familia. Jaime II y Paco hacen hincapié en la necesidad de preservar el respeto a los profesores y su autoridad, que es cuestionada en una reciente encuesta que ofrece una desoladora imagen de nuestro sector educativo. Ángel y Fran, que estrenan mayoría de edad, con Elena (14 años), se muestran muy críticos en lo que se refiere a las capacidades didácticas de un buen número de enseñantes y a la arbitrariedad de las normas que imponen algunos centros, del tipo de vetar determinados cortes de pelo o la utilización de móviles. Hay una discrepancia clara entre las mejores formas de aproximarse a los alumnos por parte de sus profesores: la de mantener las distancias para preservar la autoridad, o la del profesor -amigo- colega que se muestra cercano buscando complicidad para mejor alcanzar los objetivos de formación. Todos coinciden, no obstante, en el papel de los padres, que a veces se inhiben de la función educativa y, en el peor de los casos, ejercen una labor contraproducente.

Imagino que estas discusiones son habituales en familias con hijos en edad escolar. La solución perfecta es una utopía, pero en el grado de acierto que se logre nos jugamos el futuro. La tarea de los legisladores y gobernantes es proponer un programa de consenso en el que los estamentos implicados -alumnos, profesores, padres- sean conscientes de que deben interactuar para avanzar hacia una sociedad mejor.

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