Hoy se cumplen 91 años de la proclamación de la II República en España. Acostumbro, siempre que la publicación de esta columna coincida con la fecha, a dedicarla a esa efemérides. Es evidente la importancia de una conmemoración, de cualquier manera que se haga, con la festividad que hoy celebramos: Jueves Santo. En la invocación constante, especialmente de los que nos gobiernan, de remover los hechos de determinadas épocas del pasado, especialmente ésta republicana que los rectores de los nuevos planes de enseñanza, pretenden que se estudie como "proceso reformista y democratizador", tendríamos que evocar pasajes muy lamentables especialmente en este tiempo de Semana Santa en tantos lugares de este país y singularmente en Huelva, donde se asaltaron iglesias y conventos, se profanaron y mutilaron imágenes, algunas arrojadas desde lo alto del porche de San Pedro y se incendiaron templos. Una memoria ingrata y cruel como tantas otras pero todas reales y propias de esa memoria de todos, sin distinciones ni afinidades electivas.

Todo ello debe integrarse sin falsedades ni ocultaciones en esa memoria que no debe contarse, como publicaba hace unos días en estas mismas páginas mi colega Carlos Colón ("Historia maltratada", 7/4/22), "a la hechura de los prejuicios e intereses del Gobierno, perpetrando así esa intrusión del poder político en las actividades científicas que tanto indignaba a Bloch", prestigioso historiador francés perseguido por los nazis, expulsado de la Universidad y ejecutado después. Lo lamentable en esta rememoración tan justa y necesaria como cualquier otra en el conocimiento legítimo y riguroso de nuestro pasado más o menos inmediato - como se hacía hace unos días con motivo del discurso del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski - es lamentar la profanación y destrucción de aquel valioso patrimonio religioso y artístico cometido por aquella barbarie cultural que conculcaba con hechos tan execrables la libertad y la democracia que instituyó la República. Conveniente sería para cuantos investigan y escriben sobre la Semana Santa y sus hermandades evaluar estas pérdidas en nuestro histórico patrimonio religioso.

Han pasado los años - ¡tantos años! -, aquellas imágenes destruidas en su mayoría han sido sustituidas por tallas de notable categoría y estética singular, engrandeciendo sus valores escultóricos y plásticos. Precisamente después de aquella indeseable conflagración civil, surgieron nuevas hermandades a las que con el tiempo se han añadido otras más, ampliando hasta magnitudes excepcionales su poder de convocatoria y su magnificencia religiosa y artística, convirtiendo en nuestros días la Semana Santa de Huelva en una esplendorosa demostración de fe, devoción y enardecimiento popular. Más que disfrutarla, como tanto se repite, hay que vivirla y participar intensamente en su celebración. Y que el sentimiento prevalezca sobre el sentimentalismo.

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