La mejor plaza para Monteseirín

Hay promotores que suspiran cuando van a las 'setas' y se acuerdan del destino del dinero que dieron para otras cosas

De todos los alcaldes que hemos conocido, se puede afirmar que el que menos simpatía despierta, en general, es Alfredo Sánchez Monteseirín. Y no precisamente por ser del Partido Socialista. Manuel del Valle, e incluso Juan Espadas, del mismo partido, generan un aprecio mucho mayor, sobre todo el primero, cuya figura se fue agrandando conforme pasaban los años, aunque quizás más por su perfil de socialdemócrata moderado de la vieja guardia que estrictamente por su gestión municipal.

Monteseirín, por no tener, ni siquiera tuvo esa pátina del socialismo felipista que tan bien sienta por aquí, y más en los cenáculos de la derecha más conservadora. Su triunfo inesperado en las primeras primarias que se recuerdan sobre un clásico como José Rodríguez de la Borbolla ya le dejó de inicio un estigma de outsider hasta en su propio partido, del que nunca acabaría de zafarse. La personalidad pronunciada, además, de sus dos antecesores, Alejandro y Soledad, protagonistas indudables y antagónicos del municipalismo sevillano de los noventa, confrontaba con su estilo mucho más prosaico del ejercer el poder, que lo mantuvo en su largo mandato, y a la vista está.

El alcalde Monteseirín tomó decisiones más arriesgadas que otros, y justo es reconocerle su voluntad política para peatonalizar la Avenida con todos los elementos en contra. Empujado quizá por el viento de popa que entonces soplaba en forma de bonanza económica y facilidades de financiación, creyó encontrar la piedra filosofal de su ambicioso proyecto de ciudad en el urbanismo fácil de los adelantos de derramas a cambio de edificabilidad que después se demostraron ineficaces. Todavía hay por ahí promotores que suspiran cuando pasean por las setas y se acuerdan del destino final de aquel dinero que entregaron para otros proyectos que duermen el sueño de los justos.

No seré yo quien discuta la rotulación de una calle con el nombre de un alcalde, pues percepciones subjetivas aparte, el solo hecho de soportar la responsabilidad en una política intensiva como la municipal durante tanto tiempo ya es suficiente mérito. En la foto del periódico, se le veía feliz descubriendo la placa que llevará su nombre junto a la Torre Pelli, de la que por lo leído sigue presumiendo, esa intrusa en el paisaje de la ciudad de la que él es el principal, pero no el único responsable. El mejor sitio, posiblemente, para recordarle.

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