Con la que ha caído y está cayendo entre nosotros, todavía no me puedo creer que estemos en primavera. Impredecible e impensable esta etapa de angustia e incertidumbre que vivimos en la constante amenaza de una infección que nos llega de forma invisible.

En nuestro vivir andaluz, la primavera era cuando nuestra vida comenzaba a alegrarse, después del tedio de un invierno siempre pesado y oscuro. Era cuando los tambores y las marchas procesionales nos hacían palpitar el corazón tras los Cristos y la Vírgenes, en nuestra entrañable y devocional Semana Santa.

La primavera era cuando el sol ya comenzaba a brillar con destellos de fiestas, anunciando un verano que se aproximaba, entre júbilos que eran preámbulo de exaltaciones, en las calles y plazas, adornadas de fragancias con celebraciones como el Corpus o que se extendían por toda la provincia al compás devocional, colorista y alegre de tantas romerías que ponían de relieve, no solo el carácter ancestral del pueblo, sino ese espíritu de convivencia social entre las personas.

La primavera era, para todos, el estampido de un cohete y un ¡Viva¡ salido del corazón que nos hacía poner en marcha por las arenas camino de un altar en la marisma que es presencia y símbolo de todo un sentir andaluz en honor a la Madre de Dios.

Todo eso, y mucho más, era la primavera, con rumor de exámenes, con preparativos de playa, con brindis diario a la vida. A una vida que dicen que bajó el telón con el 2019 y que comienza un nuevo y distinto acto para el futuro.

Jamás vimos y vivimos algo semejante. Así lo escribirá la historia, condoliéndonos de tantas cosas que se hicieron mal o no se llegaron a hacer. Las consecuencias están aquí, mojándonos con un agua llenas de culpas y de ocasiones frustradas.

Esta no es nuestra primavera. Este no es nuestro mayo "florido y hermoso". Esta no es esa estación de cantes y pregones a la naturaleza que vuelve a nacer.

Este año, 2020, será en el libro de los recuerdos, un año maldito en el que todo fue distinto, en el que todo se suspendió y en el que el forzoso, pero necesario confinamiento, quizás nos hizo meditar sobre un mundo que estaba desbocado en muchos sentidos y donde el valor de la vida cobró más realidad en todos nosotros.

¡Que lejos nos parece aquella estampa de mayo con las plaza llenas de niñas bailando sevillanas, mientras el tambor rociero acompasaba la alegría de aquellas tardes onubenses!

Pero Mayo, (con mayúscula), el llamado "mes de María", está aquí, casi acaba de comenzar, y en ese altar pequeño pero gigante a la vez de nuestro corazón, nuestras plegarias, como cuando éramos niños, siguen llenando los jarrones y altares, con nuestros sentimientos más bellos que ninguna epidemia podrá nunca truncar.

Ánimo, y seamos romeros de nuestras tradiciones en el silencio de un tiempo que deseamos pronto olvidar.

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