HASTA hace unos años hacer un máster era, más que nada, un signo de distinción social. Una vez que el acceso a los estudios superiores se democratizó hasta ponerse al alcance de las clases populares, las clases altas y medias creyeron imprescindible ofrecer a sus retoños un plus de formación en forma de máster, a ser posible en universidades extranjeras en las que pudieran codearse con la elite de las naciones más desarrolladas.

Por los mismos motivos de imitación y seguimiento del paradigma dominante que llevaron a la universalización de la enseñanza universitaria, ahora no hay padre que no aspire a masterizar a sus hijos. Un título por muchas de las universidades españolas no vale ni para colgarlo en la pared, pero un máster abre puertas y otorga una pátina de prestigio que compensa los vacíos de cualquier currículo. Encima, la crisis ha agudizado las ansias de especialización de los estudiantes, además de favorecer que muchos prorroguen aún más esta condición, que no es nada incómoda (quiero decir: que sigan más años estudiando).

Según ha publicado Diego J. Geniz en Diario de Sevilla, más de tres mil licenciados de las dos universidades sevillanas se han matriculado en alguno de los 74 másteres que ambas programan en su oferta. Son casi el doble de los que se matricularon el curso pasado. Más de tres mil criaturas que comprobaron que su flamante licenciatura iba acompañada de una mano delante y otra detrás, y como ese panorama no resulta muy halagüeño, han decidido refugiarse en el posgrado, apuntándose a algún máster. Seguro que en el resto de las universidades andaluzas pasa tres cuartos de lo mismo.

Las becas, las bonificaciones y las ayudas a los desempleados favorecen este furor por la masterización. Hay otro dato interesante: uno de cada tres estudiantes de másteres se matricula en el de profesorado de Secundaria, y es que para obtener una plaza de profesor de instituto ya no sirve el Certificado de Aptitud Pedagógica, sino el máster específico antes mencionado. El trabajo fijo sigue siendo un sueño generalizado, y no todo el mundo puede ser funcionario, a pesar de la acreditada tendencia de las administraciones al gigantismo. Son los únicos organismos que cumplen a rajatabla el mandato bíblico: creced y multiplicaos.

Finalmente, el máster proporciona al licenciado más formación y más especialización, y la sociedad va siendo consciente de que un titulado universitario, y con máster, por muy mal que lo pase cuando abandona las aulas y no encuentra trabajo, acabará colocándose mejor y con más estabilidad que quien se quedó en graduado escolar. Máster e inserción laboral se conjugarán juntos.

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