Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

De la manta

Una máxima del ejercicio del poder, tal y como predicó Maquiavelo, es la anulación del efecto sorpresa

Una vez escribí una obra de teatro sobre un político corrupto caído en desgracia. Tras salir de la cárcel, el personaje, desesperado y fuera de sí, decidía nada menos que secuestrar al juez que lo había mandado a prisión; acorralado, y con el juez metido en un zulo, el hombre se mostraba dispuesto finalmente a tirar de la manta con tal de rebajar en lo posible la segunda condena (el argumento es una barrabasada, claro, pero ya me dirán: de alguna forma hay que entretener al público). En una de las funciones que siguieron al estreno organizamos un encuentro posterior a la representación en el teatro con los espectadores que quisieran quedarse para discutir el argumento, la puesta en escena lo que el respetable estimase conveniente. Y un espectador hizo un comentario que llamó poderosamente mi atención y al que estos días, por razones obvias, vuelvo con particular inquietud: nunca, nadie, jamás, ha tirado de la manta. Históricamente, venía a decir este señor, muchos han amenazado con hacerlo, con poner al poder así contra las cuerdas, ya fuese en la antigua Roma, en la Edad Media o en la Guerra Fría. Pero lo cierto es que ese ejercicio de destapar los delitos de alguien cuya inocencia estuviese por encima de toda duda, con el consiguiente impacto social, nunca se ha producido. Nunca, al menos, en esos términos.

El comentario de este espectador podía ser objeto de matices y peros, por supuesto. Pero sus razones me parecieron claras y oportunas. Seguramente, una máxima del ejercicio del poder, tal y como por otra parte predicó Maquiavelo, tiene con ver con la anulación de cualquier efecto sorpresa parecido al que se espera cuando alguien decide tirar de la manta. No se trata de negar el delito destapado, sino de mitigar su impacto, generar la idea de que no era para tanto y de que, al cabo, no se está contando nada nuevo. Y justo esto es lo que acaba de suceder con Bárcenas, cuya confesión no ha venido más que a acentuar lo que ya se sabía o, al menos, se sospechaba, gracias, principalmente, a que la prensa ya había hecho su trabajo. En el escándalo de corrupción que tuvo que afrontar la Junta de Andalucía a cuenta de los ERE, el mecanismo fue, más o menos, el mismo. Hay una fascinación general en la idea de que alguien revela las miserias del poder desde dentro, pero la Historia nos enseña que el mismo poder sabe neutralizar esa onda expansiva.

Al final, la primera lección que nos deja Bárcenas es que tampoco hay que tomarse muy en serio a quienes amenazan con ponerlo todo boca abajo. Siempre llegan tarde. Aunque en el teatro funcionen de lujo.

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