E style="text-transform:uppercase">ste es el tercer Caleidoscopio consecutivo dedicado a la publicación de un libro, que constituye una de sus preferibles misiones. No hay mejor noticia que el nacimiento de una nueva publicación. Y lo es mucho más y sin duda más entrañablemente, cuando es un autor que uno admira y espera sus creaciones con el mayor interés y expectación. Me refiero a Juan Villa, uno de esos autores onubenses, de Almonte por más señas, que ya es mucho, poseedor de unas dotes narrativas realmente admirables. Admiración y respeto que le tengo desde aquellas Arias breves que se publicaban en Huelva Información, hace ya muchos años. Una de ellas, entre otros celebrados autores, de los cuales el único que sigue es el doctor Rafael Ordóñez, semanalmente, nos traía la esperada y acertada opinión de Juan Villa.

Desde entonces ha publicado los relatos El lobito (1998), con fotografías del pintor cubano Jorge Camacho y Última estación (1999); una trilogía de novelas realmente impagable Crónica de las arenas (2005), El año de Malandar (2009) y Los almajos (2011) -todas ellas apasionantes-, una colección de artículos Doñana. Las otras huellas (2013) y una guía literaria sobre este privilegiado lugar de nuestra provincia. En él y en su mágico entorno se fraguan estos relatos. En esos territorios donde en los pasados años el paisaje y un paisanaje variopinto y desconocido para tantos, convivieron y compartieron toda una épica social, laboral y humana.

A ese paisaje vuelve Juan Villa en este libro de relatos editado por Point de Lunettes, con el título La mano de Dios, compuesto por cuatro cuentos y uno más largo que retornan al paraje y al tipo de personajes que inspiraron una de las citadas novelas Los almajos: que son "unas yerbas que se comen las yeguas para malparir en los años secos". La realidad dramática del Majadal y sus gentes, de esa crónica de posguerra, de esos poblados de colonización del Patrimonio Forestal del Estado, donde depuraron culpas, tal vez errores y sentencias injustas tantos y tantos, una especie de proscritos, penados y desterrados de sí mismos y de su propio país - "también existen túneles obstruidos, definitivamente obstruidos"- que contribuyeron a la transformación de unas tierras que hoy constituyen un territorio oficialmente protegido.

De todo este ámbito, que en alguna recóndita algaida parece guardar el misterio de una deidad oculta, extrae Juan Villa unas historias admirablemente fundamentadas, dotadas de un donaire singular, de un ingenio expresivo en su narrativa fluida, espléndidamente compuesta que describe situaciones, ambientes, turgencias vivas, angustias y sensaciones y sobre todo tipos, personajes, retratados con un realismo cautivador. Recrea así con una intensidad estremecedora, con una sensibilidad conmovedora, la evidencia de un tiempo de dolor, de amargura, de patética resignación. En suma unos relatos de fascinante atracción lectora que uno querría interminables.

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