Que el hombre está hecho de materia y espíritu es algo que damos por cierto, pero dentro del espíritu existe algo que suele encantar la mente humana: la ilusión.

Si no existiera habría que inventar la ilusión. Ella comienza a nacer en los primeros años de la vida y según el lugar de origen, los niños la recrean en historias, hechos y narraciones que invaden su corazón de sentimiento bellos.

Para nosotros, en nuestra tierra, arropados con el espíritu de fe que nos da nuestras convicciones religiosas, muy especialmente en estas fechas en que la Navidad fue un año más testigo de una intima alegría, la ilusión infantil se abre camino con la sombra llena de misterio o la luz repleta de gozo, de ese viaje que hacen dos mil veintiún años hicieron tres personajes eternos en nuestra memoria.

Eran tres y uno de ello, comentaba en un libro el Papa emérito Benedicto XVI, procedía de aquí, de nuestra tierra andaluza, mezclada en esa nube histórica muchas veces indescifrable que era Tartesos, donde Argoantonio era considerado como Rey de la plata o Salomón como solicitante del oro de Tarsis con que se construyó el templo de Jerusalen.

Cuentan, que eran reyes, otros que magos, la verdad es que por sus conocimientos podían ser alquimistas o astrólogos aventajados en el estudio del bóveda celeste.

Tres figuras de sueño, tres personajes de fantasía, tres realidades que al fin dejaron su huella no solo en los libros sagrados, sino en toda una tradición cristiana que en los siglos fue creciendo para seguir regando de ilusiones el desierto seco de nuestro caminar.

Ellos nos dejaron la ilusión de su existencia, pero también la realidad de una historia en las que tiene su base y fundamento nuestras mas intima fe, en esas creencias que nos dan vida, esperanza y alegría en una promesa de salvación eterna.

Cuando todavía no ha terminado la primera semana de un Nuevo Año naciente, llegó una noche en que los niños en su inocencia y los mayores en nuestras ilusiones generosas, sucede cada doce meses el milagro de lo imposible: transformar la petición ilusionada de un niño, en la realidad más sorprendente para su mente infantil.

Y este prodigio ha vuelto a suceder de nuevo hace pocas horas.

Una ilusión que llena los primeros años de nuestra vida, donde al calor del hogar y el cariño de nuestros padres y mayores, el agua cristalina de un sueño infantil brota, con la fuerza de lo real, del manantial bello único de la familia.

Ya sé que todos quienes leen estas líneas, llevan en sus labios el nombre de estos tres personajes evangélicos que cruzando montes, valles y distancias, siguieron el resplandor de una Estrella, única en el firmamento.

Tres Reyes Magos que postrados ante la cuna de un niño dejaron sus presentes de oro, incienso y mirra. No me resisto a silenciar sus nombres. Melchor, Gaspar y Baltasar.

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