por montera

Mariló Montero

A la lumbre de la muerte

CONTEMPLO una imagen que me conmueve durante mi lectura de la prensa. Cuando usted lea esta columna, habrán pasado dos días desde entonces, pero quizá hoy, en este mismo periódico, podamos ver una fotografía idéntica o quién sabe si más cruenta.

La imagen de la que le hablo ilustra una crónica desde Siria. En ella, el cadáver de un hombre yace con una flor en el pecho, y un naranja lánguido en los pétalos tiñe de melancolía la escena. La flor se marchita sobre el cuerpo inerme. Rodeando al muerto, su familia. Dos mujeres envueltas en telas negras se arrodillan como pájaros que hayan acudido a llorar al ser querido. Una de ellas sostiene un ejemplar del Corán, con sus verdes pastas, como un recuerdo también vegetal de la vida que se fue. Lloran, y una de ellas lo hace mirando a la cámara. En sus ojos, dolor, sí, pero, sobre todo, incomprensión. En la escena, la desolación va en aumento: otra mujer alza a un bebé, que calculo que aun no ha cumplido el año, para que vea al fallecido, como implorando una despedida. Dos niños más, un niño y una niña, de diez y seis años, más o menos, se arrejuntan junto a las plañideras. La niña se tapa el rostro, y hasta en la imagen congelada se le escucha hipar, sollozar, lamentarse.

Todos están en torno al muerto como una familia náufraga alrededor de la muerte. A la lumbre de la muerte.

Son sirios, y el caído es uno de los cien muertos con los que ese país se desangra a diario. El régimen de Al Asad ha huido hacia adelante lanzando un desafío, no ya a la comunidad internacional o a la ONU, a las que desoye por sistema, sino al mismo sentido común. Nadie entiende, se encuentra más allá de la razón, por qué un gobierno masacra a sus ciudadanos. Pero supongo que esto también resulta incomprensible para esas mismas personas a las que se está machacando con impunidad. Esta fotografía es más dolorosa que la cifra de cien muertos al día, porque recoge de qué modo la muerte, el asesinato masivo, continuo y aleatorio, ha comenzado a ser el pan nuestro de cada día en Siria.

Leemos esta misma semana que la miseria ha llegado al límite de tenerlos sin agua potable y obligarlos a mirar hacia el cielo, esperando a la lluvia con la boca abierta para saciar la sed. Viven sin alimentos, sin luz, sin hospitales, improvisando quirófanos, por llamarles de algún modo, donde atender a los heridos.

Pero vuelvo a la fotografía, a esta familia de sirios en duelo. Lloran de dolor, pero escuche: en esa fotografía están todos los titulares de todas las noticias. Esas personas se están preguntando por qué las matan. Yo misma lo hago. Por qué dejan, o dejamos, que los maten. Por qué nadie le hace frente a ese incendio de muerte.

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