La otra orilla

javier RODRÍGUEZ

La lucha obrera sigue

Hay quien empuja la historia y quien se dedica a poner palos en las ruedas de los avances. Ayer fue Primero de Mayo y convendría recordar que cuando se empezó a celebrar ese día todavía no se disfrutaba de muchos de los derechos que hoy están firmemente asentados: jornada laboral de 40 horas, vacaciones remuneradas, seguro médico, prohibición de la esclavitud y del trabajo infantil… son hoy unas realidades tan asentadas que nadie se atreve a cuestionarlas pero fueron, en su momento, utopías inalcanzables por las que hubo quien se dejó la vida y, también, quien no cejó en su empeño de cerrarles la puerta. Los primeros son esos que empujaron la historia, los segundos los de los palos en la rueda. Entre los primeros estaban los denostados comunistas y anarquistas y sus organizaciones obreras: sindicatos, partidos… muchas veces perseguidos por intentar organizar a los obreros y obreras de las minas, la industria textil, las fábricas o el campo, para denunciar los abusos a los que estaban sometidos, para exigir esas condiciones dignas de trabajo que hoy nos parece que siempre existieron. Entre los segundos estaban los que sacaban provecho a esa situación de explotación, los dueños de las minas, de las fincas y las fábricas, que veían cómo su cuenta corriente no paraba de crecer a costa de la salud y la vida de quienes trabajaban para ellos. Entre los segundos también estaban los ilusos o mentirosos liberales que decían que no había que intervenir en la economía, que el propio mercado pondría freno y corregiría los desmanes de los capitalistas.

Pero la historia tiene que seguir siendo empujada. Primero para que no veamos retroceder los avances conseguidos, pero, sobre todo, porque en el mundo hay muchas personas que siguen siendo explotadas, cobrando salarios de miseria y sin disfrutar de esos derechos que en nuestro país están tan asentados, porque incluso aquí vemos cómo todavía hay colectivos como las kellys, los raiders, las trabajadoras del hogar… que no ven reconocidos sus derechos laborales y, finalmente, porque los nuevos tiempos exigen una reconfiguración del mundo del trabajo que, si no cuenta con la audacia que tenían aquellos viejos sindicalistas y de nuestra capacidad para distinguir quienes son los que hoy intentan empujar la historia y quienes los que ponen palos en las ruedas, va a dejar a gran parte de la humanidad en unas condiciones muy penosas.

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