Sin lluvias

Se nos viene encima la tormenta perfecta: una sequía temible, graves problemas energéticos y una inflación disparada

El otro día, caminando por las calles desiertas bajo un ventarrón sahariano, intenté recordar cuándo había llovido por última vez. Llover de verdad, me refiero, no episodios aislados de lluvia. Así que me puse a rebuscar en la memoria una temporada de lluvias constantes que nos obligaran a salir a la calle con chubasquero o con paraguas o incluso con botas de agua. Uno de esos meses pasados por agua, abril aguas mil, algo así.

Pues bien, fue imposible recordar un periodo prolongado de lluvias. Recordé, eso sí, una semana más o menos en la que no paró de llover. Coincidió con un viaje en coche por la sierra sur de Córdoba y recuerdo que se veían escorrentías por todas partes y la lluvia corría por las cunetas y podías pasarte varias horas conduciendo sin parar con el limpiaparabrisas en marcha. Eso fue más o menos hace diez años, en la primavera del 2012 o del 2013. Pero después de ese periodo de lluvias, no recuerdo nada. Nada de nada. Días de lluvia aislada, incluso violenta, claro que sí. Inundaciones causadas por una tromba, también. Gente que llamaba angustiada porque se le había anegado el sótano -o incluso toda la casa- por culpa de una gota fría particularmente violenta, varias veces, o mejor dicho, repetidas veces. Pero esos episodios lluviosos en los que el cielo se ponía uniformemente gris durante semanas y no paraba de llover, eso ya no me constaba en la memoria.

Hace poco, un amigo que tiene un terreno en el campo me contaba que el pozo de la finca se había secado en junio. Ya no había ni una gota de agua. Ni una. Y lo mismo había pasado en muchas fincas de los alrededores. Y en estas condiciones, con las olas de calor que se nos echaban encima, era un milagro -me dijo- que no hubiera ardido ya media Andalucía. Digo esto porque parece que se nos viene encima una tormenta perfecta: una sequía temible unida a graves problemas de abastecimiento energético (el Gobierno ya quiere obligar a los comercios a tener el aire acondicionado a 27º), y por si fuera poco, una inflación disparada que no para de crecer. El otro día leí que el presidente argentino, que debe enfrentarse a una inflación del 90% y a un enorme descontento popular, se dedicaba a conducir el coche sin ton ni son, con la mente ida, porque no quería volver al palacio de Gobierno por miedo a encontrarse con lo que le esperaba allí. Qué bien entiendo a este hombre.

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