Visiones desde el Sur

La literatura y sus soportes (V)

No hay un servicio de inteligencia que no disponga de expertos dedicados a robar información

Hay una cosa más que deseo exponer antes de finalizar esta serie de divagaciones -estas meditaciones, precisaría- que uno se hace al calor de su locura, porque cada cual tiene la suya, no nos engañemos, y a mí, perdónenme, me ha dado por encarrilar letras buscando la senda del pensamiento, la vereda que me lleve a aquello que se me escapa -que es casi todo-, que queda escondido siempre en la paráfrasis malsana de unos o en el ominoso eufemismo de otros, y es la siguiente.

A los que diseñan la información reglada, esa que está marcada por cánones versátiles según las tendencias religiosas, filosóficas o ideológicas que dominen un territorio dado, la Red y todo lo que ello supone, es incómoda, muy incómoda, porque, la posibilidad de que la ciudadanía tenga acceso a la información en general, sea de la materia que fuere -pero, especialmente, en lo que concierne a la literatura que es vetada por los inquisidores todos, censurada a rajatabla- ya no les es posible quemarla en piras que enciendan con luces de horror las plazas nocturnas, aquejando al creador y a los lectores de pérdidas irreparables donde se conjugan la subjetividad y la diversidad como elementos necesarios para definir lo que somos como seres humanos, como entes portadores de derechos inalienables y capaces de pensar, de crear y de modificar mundos a través de la palabra.

Lo que ocurrió con la biblioteca de Alejandría ya no es imaginable, excepto que el mundo en que vivimos se vaya al garete por una catástrofe, que tampoco hay que desdeñar tal posibilidad, pero, entonces, lo libros se irán con nosotros… con nuestra civilización. Nos iremos todos, juntos, y eso es hasta romántico, verdad, para los que somos lectores empedernidos.

Hasta aquí las ventajas; la amenaza, por otro lado, es clara: quienes dominan la red gobiernan el mundo. No hay un servicio de inteligencia que no disponga de expertos dedicados a robar información. Pero este es otro debate.

Para los autodidactas, en cambio, si saben manejarse por los entresijos del caos telemático con cierta soltura, supone también poder realizar cuantos estudios les parezcan pertinentes sin pago de cuantiosos estipendios, aunque el título se lo den los conocimientos adquiridos, que es lo que importa, y no una Universidad que conceda un aureolado pergamino para colgarlo tras el sillón del escritorio o en el salón de casa.

Así que el dilema está listo para el debate. Usted mismo.

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