En estado líquido

A veces, parece que estamos comenzando la andadura de un Estado de nueva creación

Cómo ocurre con otras muchas expresiones, la definición de Estado fallido resulta polémica, lo que no es nada extraño en las llamadas ciencias sociales. No obstante, el que no se encuentre una delimitación conceptual convincente cuando a algo se le pone una etiqueta, como la citada, no significa que la misma sea irremediablemente inútil o carente de valor porque, muchas veces, son muy orientativas acerca de lo que se está refiriendo. Pues bien, sin profundizar más, se dice que un Estado soberano es fallido cuando es incapaz de garantizar su propio funcionamiento o los servicios básicos. Por supuesto, en absoluto se me ocurriría decir que España podría formar parte de los que caen en esa categoría, sería una exageración, pero quizás le correspondería algún que otro adjetivo por cómo viene operando. No sé si lo suyo sería denominarlo inmaduro, bisoño, inexperto o vete a saber qué. Insisto, aún no me he decidido por un calificativo. No es fácil, además, porque, tal vez, se tendría que utilizar más de un término. Obviamente, la causa de esa clase de añadidos nada tiene que ver con el concepto de Estado ni -aún más obviamente- con sus habitantes, sino con la clase política que nos gobierna. Y ¿a qué viene todo esto? Pues a que de continuo hay una sensación de estar en un permanente estado líquido -como decía Bauman-, en el que la inseguridad, la improvisación, la falta de previsión y la incertidumbre son las pautas comunes de la cotidianidad. Desde hace algún tiempo vivimos así, pero, en cierto modo, era menos detectable. Sin embargo, se hizo mucho más evidente en los comienzos de la pandemia, con declaraciones de quienes nos dirigen o de supuestos expertos que eran auténticas tomaduras de pelo y con decisiones políticas a todas luces erróneas; lo hemos seguido viendo con el aumento de los contagios y sus trágicas consecuencias, y ahora, cuando ya existen vacunas para luchar contra la Covid-19. También se ha hecho más palpable, con los efectos de la borrasca Filomena. El clima de la península no es, por ejemplo, como el del Finlandia o Rusia, y no estamos preparados como esos países para las nevadas, pero ¿se han tomado todas las medidas que eran factibles? Y, muy especialmente, ¿cómo se entiende que, en algo que afecta a toda España, el gobierno central no haya establecido suficientemente la necesaria coordinación para optimizar la utilización de recursos? A veces, parece que estamos comenzando la andadura de un Estado de nueva creación. ¡Parece mentira!

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