El libro hallado

Un libro que descifra la diversidad del habla popular y familiar de las gentes hispanohablantes

Corría el año 1969. A los estadounidenses se les quedaba pequeño el mundo y llegaban a la luna antes que sus eternos rivales, los rusos; en España, cuando muchos creían atisbar el final del túnel, que entonces era la dictadura, vivíamos la fiebre del seiscientos y de la televisión; en nuestra casa de Peñafiel, porque así lo quiso su madre, nacía Elena, la tercera de nuestros hijos. Aquel año, Fraga Iribarne, muy viajado, añoraba libertades y pensó que democratizar la cultura podía ser un buen principio. Así nació la colección Libros RTV, cien volúmenes editados por Salvat y Alianza Editorial, que se vendían a precios baratos y contribuyeron no poco a mejorar nuestros índices de lectura. Del primer título, La tía Tula, de Miguel de Unamuno, se llegó a vender un millón de ejemplares, todo un superventas o best seller, que diríamos hoy. El éxito animó a ampliar la experiencia y las mismas editoriales lanzaron la Biblioteca General Salvat, cuyo número 17, publicado en 1971, se llamaba Nuestra lengua en ambos mundos y estaba escrito por Ángel Rosenblat.

Ángel Rosenblat (1902 - 1984) nació en Polonia, de familia judía que emigró a Argentina; se estableció en Venezuela, cuando soplaban por Europa vientos de guerra y xenofobia, convirtiéndose en un eminente lingüista, fundador del Instituto de Filología Andrés Bello. En Nuestra lengua en ambos mundos logra hacer ameno y en ocasiones francamente divertido un texto que descifra la diversidad del habla popular y familiar de las gentes hispanohablantes, en la que detecta una sorprendente unidad y "en la medida en que la lengua es el órgano generador del pensamiento, hay que admitir también una unidad de mundo interior, una profunda comunidad espiritual".

El librito desapareció de mis estantes, sospecho que prestado y no devuelto por alguien a quien también le gustó. En lo que a mí se refiere, le hago -al libro- parcialmente responsable de mi afición a las cosas de Iberoamérica. Uno queda enganchado desde las primeras páginas con las sorpresas y los equívocos del español que visita México, Caracas, Bogotá o Buenos Aires, y ya es difícil abandonar la lectura hasta el último capítulo, que presenta una visión positiva del futuro del idioma español. Su recuperación en un mercadillo es el final feliz al que me refería en el anterior Surcos nuevos. En internet puede encontrarse fácilmente: no es necesario que me pidan el mío.

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