¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Un libro espantoso

Imagínese los malos tragos que pasó Iwasaki, recién llegado a España, las primeras veces que quiso echar una Primitiva

Nos ha contado un pajarraco que el libro con el que Fernando Iwasaki ha ganado el IX Premio Málaga de Ensayo, Las palabras primas (Páginas de Espuma), llevaba por primer título La polla de Cervantes, pero que una voz sensata y recatada consiguió evitar en el último minuto el escándalo. Evidentemente, no es que el escritor, reconocido caballero limeño, hubiese perdido su muy bien amueblada cabeza y fina educación, ni tampoco que quisiese epatar a los lectores más remilgados y puritanos que aún visitan las librerías con ánimo censor -que quizás también-; simplemente, lo que el reconocido escritor hispano-japo-peruano pretendía era poner de relieve desde el principio las situaciones hilarantes que provoca el uso del idioma español, cuyas palabras pueden significar cosas muy distintas dependiendo del país o ciudad donde se encuentre el sujeto parlante. Polla, cuya definición en el castellano peninsular no hace falta aclarar, remite en muchos países de América (así, sin prefijos) a una apuesta o lotería. Imagínese el lector los malos tragos que tuvo que pasar un bisoño Iwasaki, recién llegado a España allá por los años ochenta, las primeras veces que acudió a un estanco a echar una Primitiva.

Los que nos hemos criado alimentados por las palabras de un español periférico y mestizo (el andaluz y el canario, en nuestro caso) no podemos menos que saludar con júbilo este nuevo libro, que es la auténtica celebración de un idioma al que no se puede encerrar en ninguna docta institución, por muy respetable que ésta sea. Al fin y al cabo, los académicos son como los curas: gentes a las que hay que respetar e, incluso, llegado el momento, defender con nuestras vidas y haciendas, pero sin hacerles demasiado caso. Fernando Iwasaki, en una serie de breves piezas memorables, nos ofrece un sugerente paseo por el español de América y Andalucía, maridando la más sabrosa erudición con un humor que, en ocasiones, llega a ser desternillante. En estas páginas, el castellano de Covarrubias, del Diccionario de Autoridades, Cervantes o el Inca Garcilaso, se mezcla en perfecta armonía con las germanías de los gitanos bajo-andaluces, los esclavos negros y otros malditos y marginados de todo tiempo y lugar. Las palabras primas es un buen abrigo con el pasar estos últimos coletazos de un invierno que ya agoniza, un libro verdaderamente espantoso (según la segunda acepción del DRAE, por supuesto: maravilloso, asombroso, pasmoso).

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