Mi lágrima es una lupa

Carmen podría haberse quedado en su casa, ya con 48 años. Pero decidió ayudar a todo aquel que lo necesitara

Para poder encontrar la casa de Carmen Carcelén es necesario poner la lupa sobre la inmensa alfombra de Iberoamérica. El mapa político latinoamericano luce cuales alegres colores de las ropas de sus gentes y sus siempre tan agradecidas palabras. Entre los más de 21 millones de kilómetros la lupa nos agranda la pequeña provincia de Ecuador, donde habitan unas cuatrocientas mil personas: Imbabura. Allí vive Carmen, de mestizaje negro porque la ciudad tiene una preciosa diversidad étnica. Desde su niñez quería ser diseñadora de alta costura. Me resulta difícil imaginar de dónde le llegaría semejante inspiración, pero debo suponer que alguna televisión proyectaría algún desfile de Yves Saint Laurent o Karl Lagerfeld, por ejemplo. Ya sabe que soy una contadora de sueños rotos. Aún no conozco a nadie que sueñe ser objeto de las palizas de su padre alcohólico y que a los diez años desee huir de su casa protegiendo a sus nueve hermanos pequeños. Pues ésta es Carmen. Se los llevó a todos y sacó unas monedas de este campo, otro puñado de céntimos de lavar en esa casa y otras más de hacer otros mandados. Eso sí que saben hacer las maltratadas, la carrera de las supervivientes. A los 18 años quiso empezar a cursar sus primeros estudios, pero algún muchacho le diría algo que ella creería que sería bueno y se quedó embarazada. La carrera no estaba en la Universidad, sino que era esa que te hace correr desde la mañana hasta la noche. Esa que empieza cuando te despiertas de madrugada para preparar desayunos, comidas, planchas, lavadoras, comidas que sirves a todos, hasta que un día coges a la tropa de críos y echas a correr calle abajo y desapareces de la casa. Carmen tuvo ocho hijos propios y vendiendo fruta en puestos de mercados los sacó para delante. A ellos y a ocho mil personas más. Carmen podría haberse quedado en su casa, ya con 48 años, y vivir tranquila. Pero decidió ayudar a todo aquel que lo necesitara. De Venezuela a Perú la línea recta es pasar por Brasil. Colombia es frontera y Ecuador resulta un leve desvío. Pues Carmen se ha convertido en la Mamá en la Mami de más de 8.000 venezolanos que huyen hacia Perú. Va buscándolos por los caminos, los lleva a su casa, les da alimento, cama, reposo, cariño, conversación, hogar. Antes apuntaba en un librito sus nombres, ahora ya no lo requiere. Son sus hijos, su familia. Hay quien llega a su casa buscando su ayuda pues les han dado sus referencias y le han llegado a rechazar al ver que es negra. El hambre acababa hasta con el racismo. Mi lágrima es esa lupa.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios