Alas de mariposa

Los ladrones de la infancia

Les estamos robando su inocencia, arrancándoles de cuajo las coletas con una falsa realidad en dos dimensiones

Parece que la infancia se acorta cada día más. Comienzan a ir al colegio con tres años y continúan con inglés, natación, baile, fútbol, rítmica… Da igual. Vuelven arrastrándose a casa, después de jornadas de once horas, que ni los propios adultos aguantaríamos, y ya cansados, las tareas de clase. La ducha. La cena. La televisión en su propio dormitorio, no vaya a ser que molesten. Hasta mañana. Los estamos sometiendo a la dictadura del reloj desde bien pequeñitos, en una competitividad malsana con los niños del vecino del segundo, o preparándolos para el duro mercado laboral que les espera.

Los niños ya no juegan a cosas de niños, ni siquiera se visten como niños.- He visto ropa interior de niña con relleno en el pecho, talla 5, con la que está cayendo -. Les regalamos un móvil para que les haga de niñera electrónica, sin darnos cuenta de sus graves consecuencias. Porque los niños de este país se inician en la pornografía a los ocho años, pero nunca son los nuestros. Acosan y filman la humillación de un compañero, los otros, claro, los nuestros no. Exponen al mundo su imagen. Usan WhatsApp sin haber cumplido los dieciséis,- tal como indica la propia aplicación -, y habrá que cruzar los dedos para que no hablen con desalmados.

Los adultos imaginábamos el futuro con un microchip en la nuca… y lo llevamos en el bolsillo. A nuestros niños los marcamos como reses, ofreciéndoles el microchip, como tarde, a los diez años, regalo estrella de la Comunión.

Les estamos robando su infancia, su derecho a jugar, a ensuciarse, a rodar colina abajo haciendo la croqueta, a pelearse con sus amigos y a reconciliarse al minuto. Les estamos robando su inocencia, arrancándoles de cuajo las coletas con una falsa realidad en dos dimensiones, poniéndoles en peligro sin salir de casa. Les estamos negando su derecho a aburrirse, tan necesario para la creatividad. Les estamos privando de mimos, caricias, besos y cuentos en la cama. Les damos todo los que nos piden, -no vaya a ser que se nos frustren-, en un intento claro de lavar nuestra culpa por no dedicarles el tiempo que necesitan. Son verdaderos extraños, con escasa o nula tolerancia al no, tiranos y agresivos, ya adictos a la pantalla.

Crece el número de suicidios de jóvenes en España. Habrá que pensar dónde nos estamos equivocando.

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