Afinales del siglo XV o principios del XVI, El Bosco pintó una de las obras más magnéticas y embriagadoras de la historia del Arte: El jardín de las delicias. Cerrado, el tríptico representa el tercer día de la creación del mundo. Al abrirse, en el panel izquierdo se observa una imagen del paraíso con Adán y Eva. En la tabla central, la cosa va empeorando, vemos la locura desatada y se descubren todo tipo de placeres carnales, prueba de que el hombre ha perdido la gracia. A la derecha, tenemos la tabla en la que se representa la condena en el infierno del ser humano por sus pecados. Es ésta una obra oscura y desasosegante cargada de simbolismo. El Bosco logra trasladarnos la capacidad del individuo por convertir lo más puro en lo peor casi sin inmutarse.

En pleno siglo XXI ya no tenemos a El Bosco, pero sí a quien está empeñado en pintar una obra política parecida. El Jardín de Pedro podría titularse, si bien este tríptico estaría aún inacabado. Cerrada, la tabla presentaría la imagen de la moción de censura, con sus diputados votando y su Mariano Rajoy tarifando. Al abrirla, en la izquierda veríamos la primera imagen del consejo de ministros del nuevo presidente. Flamantes todos, sonrientes, limpios y hasta guapos. Sin pecado original. Qué tiempos aquéllos en los que éramos jóvenes y bellos. El verdor de los campos aledaños a Moncloa contribuiría a enfatizar esa imagen pura y sin mácula con la que se quería regenerar todo.

Inacabado está aún el tramo central de la pintura, que comenzó a dibujarse a los pocos días cuando Maxim Huerta mordió la manzana y le quitó la virginal mirada al gabinete ministerial. La obra se va oscureciendo y observamos en su discurrir un Montón de problemas que van desde la decapitación de la susodicha, a las conversaciones grabadas por Villarejo, pasando por el chalé aeroespacial o la historia de amor con aviones y helicópteros que mantiene el pintor. Hay que reconocer que el autor se está recreando en esta parte, en la que cada vez hace falta más espacio y en la que raro es el día en el que no nos encontramos nuevos personajes poblando las esquinas del cuadro. El tenebrismo se apodera de la obra y en ella aparecen nuevos monigotes ataviados con barretinas que van desfigurando su rostro hasta llegar al paroxismo. Acongojante.

La tabla de la derecha no está ni iniciada. Al parecer el autor ha viajado al extranjero en busca de inspiración, que se ve que le llega mejor volando que pisando el suelo patrio. Hay quien dice que ésta va a ser una parte casi negra en la que se verá a un hombre solo atrincherado en su palacio que observa impasible cómo el suelo se abre bajo sus pies y surgen del averno manos que tratan de atraerlo. Escalofriante.

Dicen que los mejores coleccionistas están pujando ya por hacerse con la tabla. Que quieren decorar con ella sus mejores paredes para que dé fe de un tiempo loco y desatado. El galerista que la encargó apremia al pintor para que acabe el trabajo, pero éste se demora pues le ha cogido gusto a los pinceles y no quiere salir del estudio. Así son los artistas, que se resisten a ver seco el césped aunque vivan en el desierto. Qué gran obra El jardín de Pedro.

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