Bolsonaro nos inquieta. Trump nos inquieta. Salvini nos inquieta. Wilders nos inquieta. Pero poco más: una inquietud pasajera, sorprendida, casi inocente. Pero sin recorrido más allá de las dos semanas de cada proceso electoral. Algo más en el caso de Trump, claro, por algo es el líder del mundo libre. La ultraderecha ha dejado caer sus caretas, recupera su discurso de siempre, el de las fronteras, el lenguaje soez y machista, la defensa de lo nuestro, el recurso del miedo, el patriotismo… y se muestra así, con una chulería y una arrogancia que recuerda otros tiempos, pero que, inquietantemente, arrasa en las urnas.

La derecha democrática se ha quedado sin discurso, tal vez no haya sabido profundizar en un liberalismo democrático y civilizado acorde con el siglo que corre, tal vez seguía atrincherada en esos mismos tópicos que ahora les han hurtado sin contemplaciones; la socialdemocracia se revuelve a un lado y a otro, buscando respuestas, y, sobre todo, buscando las razones por las que el electorado se apea de la razón y se pliega al viejo discurso irracional y populista; y la izquierda balbucea, se irrita, y empieza a sospechar que tal vez abandonar la calle no fue tan buena idea.

Así están las cosas. Y un proceso electoral tras otro descubrimos que se ha infravalorado a la ultraderecha, y que el electorado respalda esas tesis simples, tajantes, directas, que usan estos personajes. Y se cuelan por el hueco que la democracia ha dejado, dinamitándola desde dentro, horadando los cimientos que se construyeron tras la Segunda Guerra Mundial. ¿Alguien se acuerda de la Declaración de los Derechos Humanos, alguien la cita para rebatir las salvajadas que venimos escuchando últimamente? ¿Alguien ha luchado por los intereses generales de Europa en las últimas décadas, o sólo hemos ido a Bruselas a buscar lo nuestro? ¿Alguien ha defendido la diplomacia del ninguneo aberrante de las grandes empresas transnacionales, verdaderos Estados a la sombra?

Hemos perdido la batalla cultural, porque hemos dejado de luchar. Pensamos que la democracia estaba cimentada, que las dificultades vendrían de fuera. Descuidamos el discurso, nos dejamos atrapar en una corrupción desenfrenada, agrandamos el abismo entre los muy poderosos y el resto de la ciudadanía… y justo ahí, al final de ese trayecto, estaban los fascismos esperando, sabiendo que ese caldo de cultivo ya le había reportado muy buenos resultados antaño. El mundo está inquieto, algo incómodo con estos personajes que se saltan el guión y dicen barbaridades. Pero esa inquietud no va a detenerlos. Y ya sabemos qué pasa cuando no se les detiene a tiempo.

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