Demócrata, ética y estética, feminista, filósofa, precoz, rotunda, curiosa y divertida, Mafalda se coló en nuestras vidas por esa puerta de atrás de la infancia que apuntalan el humor, la inocencia y el arte (sí, el comic también lo es). Y se coló, con sus vestiditos de niña buena y su gran lazo sobre el cabello, para quedarse con nosotros, invadiendo nuestras estanterías y llamándonos permanentemente a la reflexión, la crítica y la duda. Contundente, ecologista, simpática, precoz, madura, descarada pero educada (ya quisieran estar a su altura algunos de nuestros conciudadanos y representantes políticos), con una simple frase hace temblar nuestros principios y remueve nuestros valores como si agitara una cuchara de palo dentro de la "sopa". Pero no es la sopa: son nuestras entrañas y nuestras contradicciones. Tanto nos gusta que la dejamos en herencia a nuestros hijos, y les compramos sus libros, y la ponemos a decorar su cuarto, y la traemos de regalo si viajamos a Buenos Aires. Mafalda llavero, Mafalda póster, Mafalda hucha, Mafalda mochila y hasta cenicero… Comprometida, pacifista, rebelde, inteligente, amable, firme, antisistema (entiéndase la etimología y no la deformación actual del término que nos invade), de corazón limpio y travieso, Mafalda nos conquista a todos y nos interroga en cada instante. En todos los años de mi vida, que ya son muchos, nunca he encontrado a nadie -de ninguna condición o ideología- que confiese que Mafalda ni le gusta, ni le seduce, ni le convence. Y, sin embargo, ¿cómo es posible que le hagamos tan poco caso? ¿cómo es posible que no la tengamos como referente y guía, a diario, de nuestros actos? Supongo que hay que ser de lápiz y papel y no de este amasijo de cromosoma humano para poder tener su libertad de pensamiento y su coherencia, su nula vanidad y su inexistente egoísmo. ¡Cuánto la queremos y qué poco la imitamos! Qué vano su esfuerzo, saltando continentes y océanos, hablando en japonés, en italiano, en ruso..., lanzando mensajes a diestro y siniestro sobre el destrozo del planeta, la ambición, la solidaridad, la igualdad o el entendimiento entre los pueblos, lo mismo al tendero de la esquina que a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Qué ingratos hemos sido, Mafalda: te imagino triste, cansada y defraudada; solo te faltaba, encima, quedarte huérfana. Siento en estos días, después de saber que Quino se ha marchado, que Mafalda se nos ha quedado en una especie de estado de inmortalidad congelada, que podremos siempre volver a releer sus frases, que seguiremos esbozando una sonrisa ante su profundidad y su ingenio, pero que, al mismo tiempo, no dejaremos de llorar pensando en el mundo que ella quiso y que no ha sido.

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