Toda forma de violencia es execrable y todas las violencias, en un estado de derecho, deben ser prevenidas, perseguidas y punidas. Tan cierto es esto como que, si una sociedad civilizada comprueba que un determinado colectivo es objeto de un número relativa y exponencialmente mayor de agresiones y asesinatos que el resto de colectivos, es su obligación moral averiguar las razones sociológicas y culturales que generan esa forma de criminalidad específica y articular todas las medidas posibles para atajarla. Ello no implica impunidad para otras formas de violencia, ni supone contra ellas no se deban adoptar todas las medidas legales o policiales que mejor se adapten a su singularidad. Significa, simplemente, que las conductas violentas no se pueden desarraigar si no se atiende, en cada caso, a sus motivaciones y a sus formas de expresión, y si no se visibiliza abierta y claramente la protección a la víctima.

Así, nadie medianamente cuerdo cuestiona, por ejemplo, que los asesinatos derivados del terrorismo necesitan de un tratamiento específico, del mismo modo que lo necesitan aquellos que nacen de concepciones racistas y conducen al genocidio. Cuando la agresión no es genérica, cuando no responde a cuestiones casuales, comunes o fortuitas, sino que se ceba en determinadas personas que comparten una característica común, no podemos meterla en un mismo saco o en un mismo cajón junto a las demás. Porque la persona maltratada o asesinada lo es por tener una determinada característica: ser o no ser algo en relación al otro, que es quien agrede y quien decide si debe o no morir.

Si, de repente, nos diéramos cuenta de que en España en los últimos años hubieran sido asesinados por sus parejas mil individuos con la característica común y sistemática de ser pelirrojos, parecería razonable investigar el origen concreto de esas muertes específicas y tratar de proteger a los pelirrojos susceptibles de ser asesinados. Ahora, donde yo he puesto "pelirrojos", pongan "mujeres". A lo mejor así se entiende. Los blancos del Ku Klux Klan mataban a los negros porque negaban su igualdad natural y legal: les consideraban seres inferiores, nacidos para pertenecerles y cuyas vidas podían dirigir e incluso segar. Probemos por segunda vez: donde he puesto "blancos", pongan "hombres maltratadores" y, donde he puesto "negros", pongan "mujeres".

Dicho sea de paso y de sobra: hay muchísimos hombres buenos (la violencia de género no legitima criminalizar más que a los criminales), pero algunos otros son crueles asesinos que matan a las mujeres delante de sus propios hijos, sencillamente porque las consideran cosas de su propiedad, prescindibles y castigables. Lo hacen, además, porque saben que, durante muchos siglos, nadie les pidió cuentas.

Y no caigamos en las trampas demagógicas propias de nuestro tiempo. La lucha contra la violencia de género no es una cuestión política, es un imperativo moral para toda aquella persona que crea en la igualdad y en la justicia.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios