La otra orilla

El imbécil

Abramos las mentes, expandamos los pulmones y encontrémonos con los otros

Estaba en estos días Joan Manuel Serrat dando un concierto en Barcelona, en el que celebraba los cuarenta y ocho años de su disco Mediterráneo, cuando un imbécil, aprovechando una pausa, le gritó: "Estás en Barcelona, canta en catalán". El cantante le respondió que el concierto iba sobre un disco escrito y cantado en castellano, por si el imbécil se había equivocado de espectáculo. Seguramente el imbécil no sabía o había olvidado, en estos tiempos de falsas noticias y de realidades inventadas, que Serrat fue vetado en este país por querer cantar en catalán la canción que iba a defender en Eurovisión, o tal vez, ignore también que el banquero Joan March que financió el golpe de Estado contra la República hablaba catalán. Pero en eso no quiero detenerme.

Las lenguas son vehículo de cultura y la convivencia entre ellas trae progreso a los pueblos. El país en el que vivimos es un país que se ha caracterizado siempre por la diversidad cultural, cuando esta diversidad se ha entendido como convivencia el país ha avanzado. Pensemos en la Escuela de Traductores de Toledo y en Alfonso X el Sabio. Es maravilloso que haya cuatro lenguas oficiales que puedan ser habladas por todos, es maravilloso que sean vehículos de cultura. La supremacía lingüística es fascista, la proclame quien la proclame, el catalano-parlante o el castellano-parlante.

El imbécil que reclamó a Serrat el uso de una lengua pertenece a esa raza de imbéciles miopes, que no son capaces de relacionarse con el mundo, que no son capaces de entender que el mestizaje, la mezcla, el plurilingüísmo son vitales para el desarrollo y el progreso de los pueblos. Leer a Lorca en castellano, a Rosalía de Castro en gallego, a Espriù en catalán o a Aresti en vasco es algo enriquecedor que en este país no valoramos. Ya está bien de nacionalismos estúpidos, ya está bien de imbecilidades. A este paso nos quedaremos reducidos a una loseta de nuestra casa, nuestra loseta independiente y solitaria, en la que solo podremos estar nosotros, en la que no cabrá más nadie. El mundo es ancho. Abramos las mentes, expandamos los pulmones y encontrémonos con los otros, que esos sí son nuestra patria, o mejor, nuestra matria. Y puestos a interrumpir a artistas prefiero la interrupción de aquel gaditano que le dijo a Lorca cuando éste estaba recitando su Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías: "Pisha y ¿a qué hora dices que fue aquello?".

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