No hay nada que movilice tan profundamente a la derecha como los temas de género y sexualidad. Y en los últimos tiempos la ideología de género es el enemigo a batir, hasta el punto de que se la llama "la amenaza más grande de la humanidad". Como la ignorancia es la peor aliada me he preguntado con honestidad qué es eso de la ideología de género, porque de verdad que no lo tengo claro. Si termina por ser un peligro mayor que la precariedad laboral, la corrupción, el desempleo, la pederastia o -lo que terminará echándonos a todos de este mundo- el cambio climático, tengo que saber de qué va esto. El primer descubrimiento que he hecho tiene que ver con el uso prevaricador del lenguaje. Donde se dice de género se quiere decir no machista de género. Esa otra ideología que permite dar lecciones a las mujeres sobre "lo que llevan dentro", o proclamar que la brecha salarial es un invento o poner en duda la violencia machista, no se juzga peligrosa. También es torticera la acepción de ideología como adoctrinamiento o propaganda. En realidad, los defensores de la expresión de marras son los que más abiertamente adoctrinan, defendiendo un solo modelo de familia y oponiéndose a los avances de las mujeres, especialmente en materia de salud sexual y reproductiva.

El segundo hallazgo es que los ataques revelan una intencionada confusión entre sexo y género. El primero pertenece a la biología, el segundo es una construcción social. Lo que nos identifica como personas y como sujetos de derecho no es ni lo uno ni lo otro. Y en España, más de la mitad de la población, las mujeres, tienen más dificultades en su vida diaria que el resto. La sexualidad, la inteligencia o el comportamiento reflejan que somos diversos. Pero donde debemos ser iguales -en el salario, en el trabajo doméstico, en las leyes…- no es lícito consentir diferencias.

He llegado, en fin, a la conclusión de que la ideología de género existe. Todos la tenemos, va implícita en lo que hacemos, en lo que queremos, en lo que nos enseñaron. Solo que unas ideas defienden la igualdad y otras la desigualdad, es así de simple. A las primeras se las llama feministas. A las segundas se las debería seguir llamando fascistas.

Por último: la frase que abre este artículo no es mía, la escribió Concha Caballero hace ahora diez años. Qué lástima que hoy sea más verdad que entonces. Y qué alegría que la memoria de mujeres como ella sigan espoleando la lucha de hoy, de mañana, de siempre.

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