La tribuna

Antonio Enrique Pérez Luño

Un humanista militante

INDICA Ernst Cassirer, en su admirable perfil humano e intelectual de Kant, que la muerte de una gran personalidad es siempre prematura. Lo ha sido la de Joaquín Ruiz-Giménez para quienes nos sentimos deudores de su saber, su humanismo y su bondad. Ruiz-Giménez tuvo un destacado protagonismo en la vida política española, no exento de algunos sinsabores e incomprensiones, que ahora, tras su desaparición, es reconocido y encomiado en todos los ámbitos de nuestra vida cívica. Esa dimensión política quizás haya contribuido a velar el perfil científico y académico del profesor Ruiz-Giménez. En su perfil biográfico destaca, sobre todo, su insobornable dimensión de humanista activo, tan preocupado por el estudio teórico de las libertades, como por hacer de ellas una realidad tangible en la vida práctica. Ese rasgo de su personalidad es el que deseo evocar.

Joaquín Ruiz-Giménez accedió a la cátedra universitaria a una edad muy joven, en el umbral de los treinta años, en sede de tan arraigada tradición académica como la de Sevilla. Luego las universidades de Salamanca y Complutense de Madrid, en la que permaneció hasta su jubilación, fueron beneficiarias de sus enseñanzas de Derecho Natural y Filosofía del Derecho. Incumbe a Ruiz-Giménez el mérito nada desdeñable de haber sido, junto con otro ilustre profesor de la Facultad de Derecho de Sevilla, Manuel Giménez Fernández, el principal introductor de la teoría institucional del Derecho en la doctrina jurídica española. Se da además la coincidencia de que ambos profesores fueron dos de las más caracterizadas figuras del pensamiento democristiano. Con su importante libro sobre La concepción institucional del Derecho (1944), situó las premisas filosófico-jurídicas para una teoría realista, solidaria y pluralista del orden jurídico, cuyas proyecciones siguen siendo actuales. A ese mismo periodo e inspiración corresponde su libro Derecho y vida humana. Importa subrayar la fidelidad de estas obras a los principios del iusnaturalismo tomista y de los clásicos españoles. Se trata, conviene insistir en ello, de un esfuerzo revitalizador y actualizador llevado a cabo no en contra de la tradición iusnaturalista, sino desde esa misma tradición. Esos escritos representan, al propio tiempo, un síntoma ejemplificador de los aspectos más vivos y estimulantes de la cultura jurídica de aquella difícil etapa de nuestra historia.

Al declinar la década de los años 50, coincidiendo con su magisterio en la Universidad de Salamanca que prosigue a su etapa de Embajador ante la Santa Sede y de Ministro de Educación, publicará su monografía La política, deber y derecho del hombre. Este trabajo supondrá un punto de inflexión en la trayectoria intelectual del profesor Ruiz-Giménez. En él, reivindicará los derechos de los ciudadanos a la participación política. El compromiso por las libertades, al hilo de las Encíclicas de Juan XXIII y la doctrina del Concilio, le llevaron a escribir una obra estimulante: El Concilio Vaticano II y los derechos del hombre (1968). En fecha más reciente publicó su obra El camino hacia la democracia (1985), testimonio de especial interés para comprender los motivos de su evolución política e intelectual.

Este conjunto de obras, y otras que cabría aducir en una exposición más demorada en pormenores, prueban la valiosa contribución del profesor Ruiz-Giménez al acervo bibliográfico de nuestro pensamiento jurídico y político. Escritos de rara perfección formal y doctrina. Obras siempre comprometidas con la defensa de los valores de inequívoco signo humanista a los que, por eso, cabe augurarles todavía mayor porvenir que presente. Un firme e insobornable compromiso filosófico, jurídico y político caracteriza la entera obra de Ruiz-Giménez, que consagró su esfuerzo generoso a la fundación de Cuadernos para el Diálogo, tan decisivos para facilitar nuestra transición democrática.

En la Cátedra de Filosofía del Derecho de la Facultad de la Universidad de Sevilla, para la que fui nombrado en el año 1978 y que desde entonces desempeño, me han precedido profesores de personalidad tan acusada y dispar como Felipe González Vicén, Joaquín Ruiz-Giménez y Francisco Elías de Tejada. Cada uno de ellos dejó su propia impronta, que ha sido objeto de valoraciones diversas. En lo que concierne a D. Joaquín, me cumple afirmar que siempre he deseado ser fiel lo mismo a sus enseñanzas que a su talante cívico y universitario. Mas allá de lo mucho que mi vocación universitaria debe al apoyo y estímulo, de quien fue mi ilustre predecesor en la cátedra sevillana, el profesor Ruiz-Giménez ha representado desde hace muchos años para mí, como para otros muchos universitarios de mi generación, el valor de un símbolo, un punto de referencia y una guía. Sinónimo de maestro para quienes hemos tenido el goce de tratarle y de aprender en sus escritos, seremos siempre deudores no ya de su tiempo, no ya de su saber y consejo, sino de su ejemplo cívico e intelectual.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios