Cambio de sentido

La hospitalera

Celebro que Carmen Montón devuelva a este país la decencia de tener una asistencia universal

Tienen los hospitales un aura de ciudad autónoma e intensa, de vida y muerte condensadas, de tiempo y espacio liminar y paralelo donde aguardamos, con cada amanecer, las palabras inescrutables de la médica, que no bastarán para sanarnos, pero al menos nos entretendrán de tanta fragilidad junta. La alegre desenvoltura del celador nivela la quietud desesperante de los tres hombres que, amarrados a vías y goteros, esperan el diagnóstico y su bálsamo en este cuarto menguante. Aquí, todo parece extremarse: la colaboración entre los visitantes, el nerviosismo del flemático, la tecnología rococó para pagar en cafetería, el olor a muerto de las flores, la euforia besucona del hombre a quien una mujer le acaba de hacer padre. Analíticas y pálpito, endoscopia y regomello, radiografías, amuletos, crucigramas. Hay acompañantes que han aprendido palabras iniciáticas como arteriosclerosis, sistema simpático, transaminasas, y las pronuncian con soltura clínica y su poquito de manierismo. Hay pacientes que, en cambio, dicen "mis huesos con carcoma" o "tengo en las coyunturas cristalitos machacaos". Si dicen "tengo balsas en el pecho", no puedo evitar imaginarme una barquilla navegándoles por dentro. En la noche, dentro de estas naves nodrizas -alejadas por siempre de la arquitectura eclesial de los antiguos hospitales- se escucha un silencio multitudinario, compuesto de miles de ayes livianísimos.

Hospitalera se decía antes a la persona encargada del cuidado de un hospital. Permítanme hacer extensivo el término: las hospitaleras son hoy, entre otras, las personas responsables de cada ambulatorio, unidad de gestión clínica, proceso asistencial, hospital. Hospitaleras han de ser también quienes políticamente se ocupan de la sanidad a nivel autonómico y nacional. Recibo con alegría la determinación de la nueva ministra, Carmen Montón, para devolver a este país la decencia de tener una asistencia universal y pública. Recibo con alegría la determinación de la Marea Blanca de Andalucía, que el domingo salió a la calle para reclamar una sanidad mejor financiada y que reduzca las desesperantes listas de espera. (Eso sí: prefiero la razón y la voz común a los gritos de cabecillas.) Prefiero, ante todo, que la hospitalera seamos también nosotros, ciudadanos rasos, responsables de no perder y reclamar el derecho a la mejor sanidad posible.

La enfermera pasa a dar una vuelta. "Buenas noches", dice. "Salud", le responde, como bendiciéndola, un enfermo.

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