Cuarto de Muestras

Es la hora

Me ha dado tiempo a romper muchos relojes

Cuando con siete años hice la Primera Comunión me regalaron entre otras cosas aún más previsibles, como un conjunto de bolígrafo y pluma estilográfica, una biblia infantil, un historiado álbum de fotos en el que los invitados, tras el desayuno, plasmaron sus dedicatorias, etc.; los dos auténticos "regalos estrella" de la época: un reloj de pulsera y una cámara de fotos. Los niños de hoy los tienen con la mayor naturalidad y sin darles apenas valor antes de tener uso de razón. Los más preciados han pasado a ser un ordenador y, sobre todo, un móvil. Tampoco se agasaja con un desayuno o merienda sino con un convite de padre y muy señor mío. Tiempos.

Pero de lo que quería hablar es de lo que me ocurre con los relojes. Apenas una semana después de mi Primera Comunión, iba yo tan contenta camino del colegio por la calle Medina y el reloj prácticamente estalló en mi muñeca sin que yo le hubiera hecho nada. Lo prometo. Se lo enseñé a mi madre, que se limitó a pronunciar una frase que repetía mucho por aquella época: "Ya te lo has cargado", lo recogió en un pañuelo como si fuese un pajarito caído de un nido y se lo guardó en el bolso. Consiguió con sus proverbiales dotes persuasivas y la garantía que le dieran un reloj nuevo que, por supuesto, guardó fuera de mi alcance junto al estuche de la pluma y el boli y otros regalos como unos cuantos pendientes desparejados del bautizo pues, fui perdiendo los míos y los de mi hermana. Volví a preguntarle a ella la hora quien siempre respondía con un críptico "temprano" o "tarde".

Desde entonces me ha dado tiempo a romper muchos relojes, de cuerda y automáticos, analógicos y digitales, de Ceuta, de los chinos y de no sé dónde. Los que no he roto es sencillamente porque no los uso de forma habitual. Bien puedo decir que mi capacidad destructiva es inversamente proporcional a mi sagrado sentido de la puntualidad. Es fácil porque me ayudan las Ánimas Benditas a las que no suelo molestar por cualquier tontería. A diario, son los pájaros los que me despiertan cuando amanece, la luz según se cuela por aquí y por allí también me orienta, la sombra, las personas con las que me cruzo a diario, el vuelo circular de los vencejos en la tarde, el cárabo en la noche. Sé que siempre es la hora y si no, pregunto. Como todo en la vida, el tiempo también te lo dan los demás.

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