Hoy celebramos el Día de la Constitución con un singular relieve histórico en esta conmemoración tras 40 años de su proclamación como símbolo institucional de la decisión del pueblo español por absoluta mayoría. Cuestión indiscutible y totalmente respetable, sean cuales sean las razones que, cuatro décadas después, fueran susceptibles de reforma, siempre que ésta signifique urgencias apremiantes y justificadas sin vulnerar la legitimidad de los fundamentos de Estado de Derecho ni intereses contrarios a la integridad de la ley que rige nuestro sistema democrático y permitió el progreso de España más importante de la Historia. Por encima de cualquier especulación sobre este importante tema, prevalece una realidad incontrovertible: la evocación de una fecha trascendental en la vida española y una modélica transición, que, se diga lo que se diga, generó un régimen de libertades que debe seguir rigiendo nuestra democracia con total garantía.

Andalucía se enfrenta a la hora de la verdad. Gobierne quien y como gobierne (coalición, pacto de investidura, acuerdos puntuales), deberá acabar con la Andalucía de la pobreza, las deficiencias sanitarias, el fracaso educativo, el abandono escolar, la carencia de perspectivas, la insuficiencia de los servicios públicos, los enchufismos, el clientelismo, las subvenciones y el despilfarro. Es urgentemente necesario aumentar la capacidad productiva de esta región, propiciar el empleo y rentas capaces de sostener sólidamente las necesidades de los andaluces, rebajar los impuestos, fomentar la iniciativa privada, hacer realidad las promesas incumplidas, acometer los proyectos y propuestas positivas de otros programas, superar el índice de competitividad, salir del degradante puesto entre las regiones más pobres de Europa…

No puede invocarse el constitucionalismo cuando se gobierna en Madrid con filoetarras, populistas y nacionalistas que quiebran la unidad de España. Dejar de envolverse en la bandera comunitaria, despojarse de alardes regionalistas verbeneros y viscerales, abandonar la miseria ofensiva atribuyendo al contrario extremismos inexistentes, demonizándolo hasta la saciedad, profiriendo insultos de cara al votante indeciso y manipulable, abandonar la fácil dialéctica de la identificación regionalista, devolviendo injurias contra quien critica con argumentos convincentes su acción de gobierno sin protagonizar el progreso, admitiendo que la mayoría de los de dentro y los de fuera que vienen a apoyar a los suyos, no pretenden más que el bien de esta tierra y que no se tiene la exclusiva de defender los intereses andaluces. No caigamos en los vicios de los nacionalistas que anteponen sus pretensiones independentistas a la gobernabilidad y al bienestar de los ciudadanos y no ven más que afrentas en quienes se oponen a su ambición supremacista. En un Estado de derecho no caben los supremacismos. ¿Es la hora de la verdad o seguiremos como siempre?

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