La otra orilla

La hora de la política

Con frecuencia dirigentes políticos, tras cada elección, afirman haber entendido el mensaje de la sociedad

Se celebraron las elecciones. Llega la hora de los pactos, de las investiduras, de pensar en el bien común por encima de sillones o de cálculos partidistas y partidarios. Llega la hora de la política, la hora del diálogo, de construir país, de poner a funcionar las instituciones. No es hora de bloqueos ni de broncas ni de repeticiones electorales. Corremos el riesgo de destruir la democracia, del hastío y el cansancio, de la desilusión de la ciudadanía.

Es la hora de la Política con mayúscula, aquella que busca el bien común, que pasa siempre por poner en primer lugar las necesidades y los derechos de los empobrecidos, que tiene como objetivo fundamental que no haya excluidos. Eso pasa hoy no solo por "políticas sociales" sino, ante todo, por comenzar a liberarnos de la "idolatría del dinero", por un profundo cambio en la orientación de la economía. Es hora de superar los tacticismos cortoplacistas para comenzar a abordar con seriedad las respuestas que como sociedad necesitamos dar a la desigualdad y la exclusión; y para afrontar con decisión problemas tan fundamentales como el trabajo digno, el cuidado del planeta, las condiciones dignas de vida para todos…

La hora de la Política pide superar el inmediatismo, abriendo procesos de largo recorrido que puedan transformar realmente la sociedad. Procesos que nos abran a un futuro de mayor humanidad y justicia. Esto necesita de una nueva cultura política caracterizada por el diálogo y el encuentro pero, sobre todo, por la escucha que supere un partidismo enfermizo. La capacidad de escuchar a los otros es fundamental. No se trata de negar la diversidad de posturas, ni de buscar la uniformidad, sino de situarse de otra manera, desde el respeto y la voluntad sincera de acoger lo que puede aportar el otro. En una palabra: necesitamos mucha más humildad también en la vida política institucional.

Con frecuencia dirigentes políticos, tras cada elección, afirman haber entendido el mensaje de la sociedad, con la gran diversidad de la representación política. Pero sus comportamientos dicen más bien lo contrario: o no han entendido o lo disimulan muy bien. Parece que importan más los relatos que se construyen y transmiten a la sociedad para justificar las propias estrategias de partido que lo que realmente se hace. Es lo virtual sobre lo real, algo profundamente destructivo que necesitamos superar: lo real debe ser más importante que lo virtual.

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