En casa del pobre las alegrías duran poco y a Mariano Rajoy el júbilo por haber sacado adelante los presupuestos de 2018 le duró apenas 12 horas. Fue el tiempo que transcurrió entre la euforia en el Congreso de los Diputados y la depresión en Génova al conocer la sentencia del caso Gürtel. El gran enemigo contra el que el gallego ha lidiado durante una década se le aparecía en el peor momento posible para recordarle que el pasado siempre vuelve. Barcenas, Correa y los suyos penarán con cárcel el jolgorio del inicio de los 2000, mientras que el PP tendrá que pasar por caja para pagar su condena como colaborador necesario. Más allá de ello, el fallo de sus señorías le da un duro golpe a Rajoy en su credibilidad al desmontar su declaración judicial y ponerla en total duda.

La situación de Rajoy es realmente nefasta. Tocado por el fin de una era en la que la corrupción campó a sus anchas en varias zonas de su partido, se ve sin capacidad de respuesta ante la primera de las sentencias que lo apuntan directamente a él. El gallego trata de bracear para no hundirse antes de tiempo y pasa al ataque para justificar su permanencia en La Moncloa a toda costa. En ese intento, vano a todas luces para el común de los mortales, vuelve a recibir la impagable ayuda de un Pedro Sánchez al que debe asesorarle directamente el enemigo. Al líder socialista le han podido las prisas y se ha lanzado a una moción de censura urgente en la que tendrá unos compañeros de viaje más que dudosos. Además su declarada intención de gobernar antes de convocar elecciones demuestra que su interés está más en pisar la moqueta que en arreglar el desastre en el que andamos metidos. ¿Es que nadie puede enseñarle a contar hasta diez? Podemos, IU y los nacionalistas de todo tipo y condición aparecen como sus apoyos cuando vaya a la Carrera de San Jerónimo a ajusticiar a Rajoy. Si la cosa le sale adelante a ver cómo se las apaña para hacer algo serio con 84 diputados apoyando su Gobierno, Podemos jugando a torpedearlo y todo el gallinero nacionalista cacareando para lograr un pasito más en sus exigencias. Eso sí que sería una tormenta perfecta.

Con Ciudadanos no puede contar, pues los naranjas ya han dicho que lo que quieren son elecciones, que para eso les dan las encuestas como les dan. Los de Rivera sólo contemplan la censura como vía previa a la convocatoria de las urnas y desde luego no van a encamarse con sus antagonistas periféricos. Todo lo más, pueden hacerle un Cifuentes al PP y exigir la cabeza de Rajoy bajo la premisa de que la estabilidad es lo primero para el país. Albert se ve ganador seguro, cuenta a su favor con la desintegración popular, el estrambote catalán, la desorientación socialista y el chalé podemita. Cuanto más tiempo pasa mejor se le pone la cosa.

La tormenta nacional es perfecta desde luego y en esta ocasión parece que ni el proverbial índice de flotabilidad de Rajoy puede salvarlo. Él desde luego no va a vender fácil su derrota y anuncia guerra, que para eso es político bragado en mil y una batallas. Antes muerto que derrotado, dice sacando las uñas. Cegado en su ira infinita, incapaz de comprender que le llegó su hora y encabronado porque el verdadero artífice del caos popular, el hierático Aznar, asiste impasible al derrumbe de una era de ponzoña y corrupción escurialense surgida de sus pechos. Pero de eso ya hablaremos otro día.

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