Visiones desde el Sur

El hombre del libro

De tanto observarlo he aprendido todos y cada uno de sus actos e incluso los gestos

Pasa por la puerta de la sede de la UNIA, frente al parque de los monos, da los buenos días a las funcionarias de la misma que han salido a fumar un pitillo, gira a la derecha y camina hasta el semáforo situado junto a la parada del bus, espera que se ponga en verde, cruza la calle, coloca un euro y cincuenta céntimos en la vitrina de la churrería Luis, espera que la masa esté lista, recoge la bolsa de papel con los calentitos, se sienta en el bar Miguel, busca una mesa esquinada con objeto de mejor poder observar a los demás, sin pedir le sirven un descafeinado de máquina con leche y un vaso de agua, el camarero recoge el euro y veinte céntimos que ha depositado con anterioridad sobre la mesa, vierte la sacarina sobre el vaso del café y el azúcar sobre los churros, después de haberlos secado con el papel, aplastándolos, para extraerle algo del aceite, abre un libro, y, mientras lee, mastica la ración del día poco a poco, sorbiendo de vez en vez el líquido caliente.

Así un día y otro y otro. Es el hombre del libro, una especie de autómata que, como tal, no supiera hacer otra cosa a esa hora del día, excepto esa, aquella para la que pareciera estar diseñado.

De tanto observarlo he aprendido todos y cada uno de sus actos e incluso los gestos. A veces, no sé cómo, puedo intuir hasta lo que piensa. Y esta situación me inquieta en los últimos días más de lo que debiera. Porque, sin quererlo, hace días, puede incluso que meses o hasta años, he comprobado que me he mimetizado con él, es decir, que, en torno a las nueve y media de la mañana, de todos los días laborables, sin excepción, paso por los mismos lugares que él, y repito uno a uno cada una de las situaciones descritas en el introito de este artículo y eso ya es preocupante, a mi entender.

Me visto como él, saludo como él y, puede, ya sería el colmo, que sueñe hasta como él, o sea, que he suplantado no sé por qué calenturientas razones al hombre del libro. En esta tesitura en la que ando sumergido, he llegado a pensar que el hombre del libro no exista, que nadie lo haya visto con anterioridad excepto yo; que, en un alarde de imaginación y puestos a enredar, sea yo el que lo ha inventado y ahora existe para los demás porque me conocen a mí, que voy por la calle siempre con un libro bajo el brazo o en el bolsillo de la chaqueta si cabe.

Dirán lo que quieran, pero el hombre del libro existe, yo lo he visto, podría jurarlo si fuera menester.

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