Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

El hombre que se inventó el Puerto

La primera pregunta que me hizo no fue muy prometedora: "¿Tú qué coño haces aquí?". La primera respuesta que le di, tampoco: "Lo mismo que tú, trabajar. O intentarlo al menos". Hacía unos años que nos había juntado la vida, que decía el Sabina. En Diario de Almería encabezamos la información sobre una de esas crisis que de vez en cuando sacuden a los partidos y que en el caso del PSOE tiene tintes de tragedia romana, por lo de cainitas mayormente. Cuando el partido implosionó en la provincia, Javier Barrero fue designado presidente de la gestora que les conduciría a un cambio que ahora acaba de cerrar su camino. No había manera de que dijera nada en las ruedas de prensa que protagonizó. Mi insistencia -uno es pelma como pocos- tuvo como premio una cita que se convirtió en diaria. "Mira, en la sede no te voy a decir nada, pero todas las tardes nos juntamos en la plaza de enfrente -la de los Derechos Humanos- para hablar. Si te sientas por ahí, a lo mejor te enteras de más cosas". Y ahí que me fui. Eran una de esas tertulias en las que compañeros de trabajo comparten el final de la jornada y un servidor se sentaba en una mesa, que me ocupaba que les diera la espalda a quienes me interesaba escuchar y en una hora tenía información para toda la semana, tanto lo que decía él, como lo que respondía Fernando Martínez, exalcalde de la capital y hoy secretario de Estado de Memoria Histórica. Iba a decir que no sé si se percataron de mi presencia, pero tampoco voy a alardear de mis dotes de camuflaje, ni busco trabajo en Pegasus. Tuto me encargó seguir la información marítima y ahí continuó una relación después de varios años en el mismo sitio donde la dejamos, en el respeto mutuo y en la ayuda constante.

En apenas dos años, Javier se inventó el Puerto de Huelva. Cuando llegó lo único que encontró fue dinero en la caja y todo por hacer. Uno de sus aciertos que después repitieron sus continuadores, fue confiar en Ignacio. Sabía que tenía lo que debía ser el Puerto de Huelva hoy, el año que viene y dentro de diez años. Apostó por el desarrollo a ultranza. Concluyó la llegada del ferrocarril hasta los muelles (pocos pueden presumir de eso en todo el país), expuso el plan Puerto-Ciudad y esbozó la diversificación de actividades como clave el éxito. Con Majarabique se la jugó y ganó. En una reunión con el entonces vicepresidente de la Junta, Manuel Jiménez Barrios, se inmoló. En San Telmo y con otro cargo importante actual presente, se comprometió a dar entrada en la plataforma al puerto de Sevilla. Antes de llegar a la calle, sabía que no lo iba a hacer. No lo hizo y su cabeza fue el precio que pagó gustoso. Los años le demostraron que quienes se equivocaban eran otros.

La última vez que hablé con él fue en octubre. Juntos recordamos en un café tiempos oscuros, de escolta y atentados, de miedos diarios y tragedias cotidianas. Hablaba de Rubalcaba o Txiki Benegas como si estuvieran en la mesa de al lado (tranquilo que un off the record se mantiene incluso en ausencia). Convivía con el cáncer y se llevaban bien. Supo vivir y ha sabido marcharse; en paz y sin rencores, con los parabienes de todos. Fue un honor, Javier.

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