Nuestro hermoso y rico idioma sufre en silencio

En el día de hoy, todo parece indicar que podemos dar por prácticamente muerto al modo imperativo: no sabemos si cautivo y desarmado, pero, con toda seguridad, violentado y maltratado. Las investigaciones gramaticales al respecto van desvelando que, desde hace algún tiempo, ya se le venía dando poco y mal uso y que, durante estos últimos meses pandémicos, el afán de instruir, advertir, recomendar y prohibir ha venido a precipitar su dramático final. Se sospecha que los principales culpables de este grave atentado contra la lengua castellana son todos aquellos que, sin pudor ni medida, vienen abusando sistemáticamente del modo infinitivo: en especial, los que desde antiguo tienen por costumbre inapropiada la de empezar sus discursos y alocuciones con un infinitivo sin acompañamiento de verbo principal conjugado y, no en menor medida, todos los que, en su lenguaje verbal y escrito, han empezado a decir cuidaros, en lugar de cuidaos, convirtiendo el vulgarismo en norma.

No obstante, la instrucción del caso está concluyendo recientemente que todos estos sospechosos de la liquidación fáctica del modo imperativo han actuado con el concurso de otros cómplices, habiéndose identificado, hasta el momento, al del yo me parece, al del pienso de que, al que usa adolecer como carecer, al enganchado al a día de hoy y a toda una cohorte de individuos que habitualmente ponen coma entre el sujeto y el predicado y se quedan, como se ha podido comprobar en los interrogatorios, totalmente tranquilos y sin remordimiento alguno.

Y me asalta esta preocupación por el pobre modo imperativo, precisamente, cuando media España se está rasgando las vestiduras en favor de la archiprotección legal del castellano, sin reparar en que nuestro hermoso y rico idioma sufre, en silencio y sin apenas defensa, las peores vejaciones. Entiéndase: las humanidades -y con ellas el correcto uso de la lengua- salen a paso acelerado de los planes de estudio en todas las escalas educativas y no se hacen manifestaciones de duelo por las calles; el reconocimiento social se sustenta sobre las materias tecnológicas y profesionalizantes y nadie rompe ninguna lanza por prestigiar la Literatura, la Historia o el Arte; y los padres se gastan sus buenos cuartos en las academias privadas para que sus hijos se saquen el B1 de inglés, sin importarles para nada que escriban huevo sin hache o absorber con uve.

Así nos van las cosas: siempre errando el tiro. Cuánto me acuerdo, en estos días aciagos, del bueno de Covarrubias y de su espléndido diccionario, que era doblemente tesoro por su continente y su contenido.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios