Visiones desde el Sur

Por las grietas entra la luz

El hambre continuada de los pueblos aporta una inteligencia y un brío que nadie podrá parar

Una legión de olas batiéndose contra el muro infranqueable de la usura. Eso es España, y Europa, y el mundo todo. Un ir y venir de seres humanos derramando sudores en el cántaro nunca saciado de los especuladores, que, luego, los magos de las finanzas, en un visto y no visto, convierten en oro líquido para el solaz de unos pocos. En la cresta del pétreo farallón en donde se esconden, ondea la bandera de siempre, izada sobre las miserias de los otros, de los que no residen en la fortaleza: los desarrapados, los desahuciados, los sin techo, los sin derechos, los sin nada…

Esta tribu de malditos mercaderes, en la que no es raro ver a políticos de diverso pelaje, aprovecha las aguas calmas o las revueltas, tanto monta para ellos, para llenar sus particulares arcas millonarias con las plusvalías que obtienen de actos que las más de las veces solo pueden calificarse de ominosos.

En ese opulento y maldito territorio -habitado por los más selectos cleptómanos- conviven y se aparean entre sí, para no perder la posición de vigía que les aporta sus enmarañados y pingües negocios. Pero de vez en vez -las olas que se acercan a la playa, obedientes a los ciclos universales marcados por leyes de exactos coeficientes predichos al detalle por algunos gurús-, ocurre que, del fondo de la tierra, una ronca sacudida hecha de clamorosas reclamaciones rompe la falla de la normalidad y una onda de energía sacude aquello que parecía resistente, rompiendo las barreras inexpugnables que levantaron para que no fueran escaladas por los miserables. Poco después, un tsunami de proporciones apocalípticas, con todas las olas aunadas en una sola ola, en una sola acción, en una sola voz, barrerá, como quien limpia un patio sucio con el agua a presión de una manguera, la inmundicia y la soberbia de aquellos que, por creerse dioses de lo ajeno, olvidaron en sus mullidas vidas la labor de vigilancia, y dejaron huellas evidentes de sus tropelías. Por ahí, por esas ocultas grietas a las que no prestaron atención, entrará la nueva vida a lomos de la solidaridad, y los gerifaltes, todos, serán guillotinados en las mismas secretas mazmorras en las que en otro tiempo guardaron sus tesoros.

El hambre continuada de los pueblos aporta a quienes la sufren una inteligencia y un brío que nadie podrá parar. No hay leyes ni muros ni alambradas que puedan frenar ese torrente humano que solo busca comer. Diariamente, si es posible.

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