A pesar de que esta pandemia no esté dispuesta a desaparecer por ahora y que aumenta el número de afectados por ella, debe ser cierto que existe el karma, o lo que quiera que sea, porque en este incierto escenario, hay quienes han decidido colocarse una venda en los ojos entendiendo que "lo que no se ve, no existe". Las situaciones nuevas las va encarando cada persona a su manera y, seguramente sin pretenderlo, va sacando la parte positiva de cada una de ellas. De modo que aquí estamos, viviendo el día a día, y cada vez más acomodados con todos los entornos extraños, novedosos e insólitos que se van presentando: lo que podría llamarse supervivencia.

En Madrid, ciudad piloto del desatino, han abierto las discotecas con todas "las condiciones de seguridad" lo cual significa, a tenor de las grabaciones visualizadas, que el personal veinteañero ríe, bebe y baila (con mucho movimiento de brazo), pero sin moverse de su silla para respetar las distancias. Se empiezan a organizar conciertos multitudinarios; eso sí, con la "seguridad" que dan 5,000 personas saltando juntitas. En Huelva, obviando los contagios, cada fin de semana el centro de la ciudad se convierte en una verbena festiva, en la que se respetan los contactos porque hasta la segunda copa no se abrazan. No hay duda que, de seguir con este ritmo, la hostelería dejará de quejarse de crisis porque se reserva la totalidad de mesas rápidamente y los almuerzos terminan generosamente con las copas. Los restaurantes son oasis en donde se come y bebe, se ríe y se olvidan las mascarillas, mientras los más jóvenes burlan a la policía para organizar sus botellones… ¿Quién dijo miedo?

La población se va dividiendo, cada vez más visiblemente, entre los que se dejan llevar por el miedo y reaccionan encerrándose en su casa como medida preventiva frente al virus y, por la otra, los que lo combaten "ignorando" lo que ocurre y la única medida que toman es el uso de la mascarilla por la calle, cuando no se come ni se bebe.

Pensándolo bien, el planeta se ha convertido en un gigantesco escenario donde hay diversión y manifestaciones afectivas, culturales o artísticas, que recuerdan demasiado a "El Gran Teatro del mundo", aquella obra del s. XVII en la que su autor, Calderón de la Barca, identificó al mundo como un gigantesco teatro y a la vida como una escenificación en las que las personas solo son actores que representan diferentes papeles sociales; porque el teatro, decía Víctor Hugo, "es un crisol de civilizaciones".

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